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Simón Bolívar, el opositor sin fronteras

Ninguno de los héroes que hoy adornan los eventos masivos fueron de izquierda, es más, muchos de ellos son claros conservadores que no tuvieron más opción que acudir a las armas.
vie 19 diciembre 2025 06:05 AM
Simón Bolívar, el opositor sin fronteras
En el Manifiesto de Cartagena, el vasco aristócrata liberal, Simón Bolívar, dejó claro que, lejos de ser de izquierda, nunca pudo ver en las fronteras políticas un límite o restricción para defender la democracia, apunta Gabriel Reyes Orona. (iStock)

Esquizofrénica es quizá la palabra que mejor define esa amorfa corriente que aglutina todo tipo de inconformidades, esa que decidió autonombrarse “izquierda mexicana”. Nada más alejado de la realidad, todas esas personas, en realidad, eran simples opositores al régimen, sin la formación intelectual necesaria para entender las bases y principios de lo que el mundo conoce como movimientos de izquierda. En los hechos, se integró por simples y comunes opositores. Sí, se trata de personas que se oponían a no tener el cargo público anhelado; el puesto partidario buscado, o que, simplemente, carecían de acceso a las comodidades que brinda el dinero público. En efecto, son esos a los que la revolución, o el PRI, no hizo justicia. Se trata de sujetos que vivían en una perpetua incomodidad, y que no tenían otro consuelo que, gratuitamente, asumirse parte del bando ideológicamente correcto.

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En ese amasijo se fueron apilando, de manera incongruente, posturas encontradas y hasta excluyentes, unidas por un enemigo común, así como por las desesperadas ansías de alcanzar el poder. Todos ellos buscaban que la rueda de la fortuna girara, poniendo abajo a los de arriba y viceversa. Se fueron sumando, lo mismo políticos desechados de otros países; estudiantes rijosos; burócratas despedidos, y politiquillos insidiosos, que, expulsados sociales de regiones convulsas, o exconvictos y prófugos de la justicia. Inteligentemente, estos personajes, como lo hicieron quienes lideraron las huestes revolucionarias, supieron aprovecharse de ingenuos profesores, abogados y académicos, consiguiendo dotar al grupo alborotador de una narrativa que, amañadamente, les presentaba con mediano decoro ante la población.

La ciudadanía, durante décadas, desconfió de los múltiples llamados hechos por ellos a tomar violentamente el poder. De manera consistente les negó en las urnas la oportunidad de ser mayoría, y de alcanzar posiciones ejecutivas importantes. Era claro que carecían de la preparación para formar un gabinete que se encargara eficientemente de los asuntos públicos. Evidente resultaba que no podrían mantener operando correctamente el aparato productivo, así como que representaban un serio problema para la correcta administración del erario.

La notoria pobreza de sus planteamientos fundacionales hizo que no tuvieran un claro manifiesto, o una declaración de principios diáfana. Fue así como comenzaron a importar a seudo ideólogos de países en los que la turba había tomado el control por la fuerza, o que tenía guerrillas permanentemente operando en sierras, cuevas y cañadas. Así, se integraron al frente, experimentados operadores de la discursiva desestabilizadora, lo mismo cubanos, que nicaragüenses, argentinos, colombianos y venezolanos. De Centroamérica, dijeron, vendría la nueva revolución conceptual, esa, que los encumbraría, terminando con el reinado del partido surgido de la guerra civil que aquí llamamos revolución.

La verdad es que, al escucharlos hablar, tras décadas de no hacer otra cosa que grillar, parece que han estudiado, pero, lo que hacen, es repetir mecánicamente el manual del agitador. No son sino dos o tres ramplonas ideas, dichas en muy diversas formas, las que recitan y declaman en sus escritos, entrevistas y en posicionamientos pronunciados ante las masas. Todo se reduce a señalar que existen “otros”, que abusan de los demás; que ha llegado el momento de cambiar las cosas, y que, será la gente la que determinará el rumbo, claro, con ellos al frente. En múltiples presentaciones, todas sus propuestas trasminan el primitivo ideario, el cual han venido arrastrando hace más de 60 años.

Hoy, al discutir la reforma electoral, acudieron a ese obsoleto y vetusto manual, pidiendo que existan elecciones primarias. Aunque bien saben que eso no estructura un aparato confiable; profesional, ni mucho menos serio, que nos dote de elecciones efectivamente democráticas. Es penoso ver cómo los que crearon el impresentable INE, y que redactaron las bases que nos condujeron a la sobrerrepresentación, son, otra vez, los que tomaron el micrófono. Si uno revisa todos sus planteamientos, se podrá confirmar que las directivas básicas, aprendidas de quienes dicen son sus líderes históricos, trasminan en cada declaración.

Hablan del intervencionismo, cuando son profundamente extranjerizantes, teniendo en puestos clave de su estructura partidaria a extranjeros que no han hecho sino vivir de los mexicanos. Se apoyan y auxilian de cenáculos localizados más allá de nuestras fronteras, pagando un irracional tributo, en agravio de los mexicanos. Esto ha llegado al preocupante extremo de haber construido una subterránea red de intercambio de flujos dinerarios que hace del control de financiamiento de campañas una burla.

Recientemente han abandonado al Che, el guerrillero que hizo de todo, en todas partes, menos en su país de origen. Brincó de país en país, sembrando inestabilidad, hasta que en Bolivia fue ultimado. Ha sido, por mucho, el peor banquero central de la historia universal, llegando a pedir que no lo pusieran a trabajar, particularmente, en el gobierno, ya que lo suyo, fue siempre, estar contra el mismo. Maquiavélicamente tomaron por asalto al elenco de héroes nacionales que el PRI había usufructuado como cantera originaria. Arrebataron, al otrora partido dominante, los héroes que nos dieron patria y libertad. Estos no fueron, en manera alguna, próceres de “izquierda”. Sí, nos guste o no, no hay ejércitos regulares que militen en ese signo, ya que el orden, la disciplina y el respeto a las instituciones no es parte de la formación “izquierdista”. Ninguno de los héroes que hoy adornan los eventos masivos fueron de izquierda, es más, muchos de ellos son claros conservadores que no tuvieron más opción que acudir a las armas, ante gobiernos autoritarios que abusaron del mandato conferido.

¿De verdad nos van a decir que el Barón de Cuatro Ciénegas era de izquierda?, o que aquel que fuera presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que llegó al poder en aplicación de un precepto constitucional, y no, por las urnas, era de izquierda. Basta recordar que llegó al poder público de la mano del muy conservador Ignacio Comonfort. Bueno, decirlo de Madero, Guadalupe Victoria, o muchos otros, es hasta de risa. Los puños alzados en contra de las instituciones, no es, no ha sido, ni será, divisa de militar alguno.

Ahora bien, al hablar de intervencionismo, ¿nos referimos a la presencia de funcionarios e ideólogos cubanos, salvadoreños, nicaragüenses, o políticos hondureños?, o más bien, al ya desdorado rescate de Evo Morales. ¿Será acaso el desconocimiento de gobiernos sudamericanos?, o bien, ¿Será a la fría relación con Perú y Ecuador?

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En el Manifiesto de Cartagena, el vasco aristócrata liberal, Simón Bolívar, dejó claro que, lejos de ser de izquierda, nunca pudo ver en las fronteras políticas un límite o restricción para defender la democracia; el respeto a los derechos fundamentales, así como para criticar y denostar el abuso de las rentas públicas.

Ha llegado el momento de destacar que, en una más de sus incongruentes inconsistencias, los simuladores que se autonombran de izquierda, sin vacilación alguna, ven en alguien que fue luchando por la democracia de región en región, de provincia en provincia, y sin respetar frontera alguna, al puntal de la lucha democrática, ello, al tiempo de rasgarse las vestiduras ante recientes eventos, doliéndose de intervencionismo. Hay que decirles que, en la defensa de los intereses de todos, para combatir el mayor flagelo que enfrenta el continente, tal y como lo haría Bolívar, hay que llamar a unir fuerzas, sin que imaginarias líneas sirvan de escondite a quienes envenenan a la sociedad. ¿O no, Maduro?

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Nota del editor: Gabriel Reyes es exprocurador fiscal de la Federación. Fue prosecretario de la Junta de Gobierno de Banxico y de la Comisión de Cambios, y miembro de las juntas de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores y de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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