La desigualdad amenaza el bienestar de todos
(Expansión) – Hace 16 años, un médico le dijo a Lucía Baranda que podía enfermar de diabetes. Tenía niveles de glucosa un poco más altos que lo normal, además de papás diabéticos, por lo que debía cambiar de hábitos de alimentación y moverse más.
Solo los primeros meses siguió las recomendaciones del médico. “Me confié mucho y empecé a comer de todo. Siempre pensamos que le va a dar a todos, menos a mí”, cuenta Lucía, una profesora que vive en Almoloya del Río, a 32 kilómetros de Toluca. El riesgo se confirmó: Lucía ahora tiene diabetes.
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El doctor le recomendó comer más verduras y menos carne, así como respetar las horas de comida. Dice que ella y sus hermanos comían igual que sus papás. “Nuestra alimentación nunca fue balanceada. Mis padres eran comerciantes, traían de comer lo que podían. No fue hasta que comencé a trabajar, que medio seleccionaba qué comer, pero el hábito ya lo traía”. En la escuela le decía a sus alumnos que llevaran una alimentación balanceada, “pero en ocasiones ni desayunaba porque me preocupaba que mis hijos fueran desayunaditos y bañaditos. Yo no importaba. Desayunaba lo que hubiera en la escuela, pero si tenía mucho trabajo, me esperaba hasta regresar a casa”.
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La historia de Lucía se repite entre los 3,000 habitantes de Almoloya del Río. Eduardo Castro, uno de los muchos costureros del municipio, también tiene diabetes y reconoce que no lleva una dieta balanceada. “Como lo que sea”, dice. Se desesperó tratando de controlar sus niveles de azúcar, aunque sí ha tratado de hacer un poco más de ejercicio. Juan Verde vende tacos de carnitas y cuando le diagnosticaron diabetes siguió comiéndolos. Dice su esposa Alicia Alvirde: “No nos daba tiempo de seguir una dieta. Salíamos de la casa a trabajar desde las cuatro de la tarde y regresábamos a la 1 o 2 de la mañana del día siguiente”.
Juan no empezó a buscar comida más sana, hasta que se lo pidieron en las sesiones de diálisis, a las que tiene que ir por complicaciones de la diabetes. Alicia, su esposa, vende comidas corridas y considera que los alimentos que prepara son sanos. Lo que no pueden hacer es respetar los horarios de comida. En Almoloya del Río no es popular cambiar de dieta: Siempre que hago flor de calabaza para ponerle a las quesadillas, se me quedan; los clientes piden más chicharrón, bistec o longaniza”, dice Josefina, dueña de un puesto de quesadillas.
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En general, los mexicanos comen alimentos con alto contenido energético, que no les dan un sensación de saciedad, explica Juan Rivera Donmarco, director del Instituto Nacional de Salud Pública. El resultado: el sobrepeso y la obesidad, que aumentan el riesgo de contraer diabetes. Para quienes padecen diabetes, seguir consumiendo una dieta alta en azúcares, aumenta los riesgos de sufrir complicaciones, como daños a los riñones, pérdida de la vista o amputaciones de pie.
Por más paradójico que parezca, el sobrepeso y la obesidad están relacionados con la pobreza. La población mexicana no se propuso comer mal y está encaprichada con los refrescos y las comidas con alto contenido de azúcar. Come lo que tiene al alcance. “No es que una familia esté pensando en llenarse de tortillas, aceite y azúcar”, aclara Rivera Donmarco. Y justo el consumo de azúcar y el de grasas saturadas en exceso puede aumentar la probabilidad de tener diabetes o, una vez que se tiene, incrementar el riesgo de complicaciones, de acuerdo con las recomendaciones del sector salud.
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En promedio, la dieta de los mexicanos está compuesta por 26% de alimentos con alto contenido energético -refrescos, postres, botanas con azúcar añadida-, cuando lo recomendable sería no pasar de 10%. “Una de cada cuatro calorías que consume el mexicano es de muy baja calidad nutrimental”, dice Rivera, quien pone un ejemplo: si una persona toma un refresco y un pan en una comida y otra se come tres quesadillas, en la siguiente comida, el que tomó refresco y pan querrá comer más alimentos de alto contenido energético, porque su dieta no le provoca saciedad, mientras que el que comió quesadillas no tendrá tanta urgencia por volver a comer.
Antes que prohibir esas comidas, el Instituto Nacional de Salud Pública recomienda hacer más accesibles otros alimentos, que sí provoquen saciedad, como frutas y verduras, leguminosas y semillas, que además de que tienen más nutrientes que los panes y las bebidas con azúcar añadida, contienen más fibra, que da la sensación de saciedad.
“Imagina que eres una mamá que no sabe si mañana o pasado mañana le va a llegar el dinero para comer”. dice Rivera, “tiene incertidumbre, llega a una tiendita o un mercado, ve una lechuga o una fruta, dice ‘me cuesta tanto’ y piensa que los niños se van a quedar con hambre, pero en cambio ve una botella de aceite, azúcar, pan dulce y los compra. Son decisiones bien racionales. Lo que no quiere es que el niño pase hambre y la nutrición pasa a segundo término”.
En México, más de 15% de los adultos tiene diabetes, más del doble del promedio de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), advierte el Informe Sistemas de Salud en México de la OCDE. Por la poca cobertura de los sistemas de salud, una parte de la población no se da cuenta que tiene diabetes o alguna otra enfermedad crónica, hasta que ya es más costoso el tratamiento.
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“México cuenta con 2.2 médicos practicantes y 2.6 enfermeras practicantes por cada 1,000 habitantes, mucho menos que el promedio de la OCDE de 3.3 y 9.1, respectivamente”, agrega el estudio. Es decir, los centros de salud no tienen capacidad suficiente para atender a toda la población o para dedicarle más tiempo a cada paciente.
Los centros de atención primaria, donde están los médicos generales y las enfermeras, reciben 15% del presupuesto de salud y atienden a 85% de la población, dice Rivera. En parte es lógico que los centros de atención secundaria y terciaria reciban más dinero, porque tienen costos más altos, dado que ahí se dan las hospitalizaciones, las diálisis y otros tratamientos especializados. Pero sí se destinaran un poco más de recursos a la atención privada, agrega, se podría diagnosticar y tratar a tiempo una enfermedad que se vuelve más costosa, mientras más tarde se atiende.
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En Diálogos Expansión Bienestar se analiza este problema y se proponen soluciones. La Fundación Carlos Slim está midiendo a la población para detectar a tiempo la enfermedad y también para evaluar la calidad de la atención primaria a la salud. Kellogg trabaja para aumentar la conciencia entre los consumidores sobre la calidad nutritiva de los alimentos y American Express tiene programas entre sus empleados para ayudarlos a tener una mejor alimentación y hábitos de ejercicio.
Personas como Lucía o sus vecinos de Almoloya del Río podrían tener hábitos de vida más saludables si tuvieran más información y más acceso a alimentos nutritivos.
Fuentes:
J.A. Rivera Donmarco, M.H. Hernández Ávila, C.A. Aguilar Salinas, F. Vadillo Ortega. C. Murayama Rendón, editores. Obesidad en México. Recomendaciones para una política de Estado. UNAM. México 2012.