En primer lugar, es necesario subrayar que el dominó que impulsó la caída de las principales criptomonedas comenzó con la suba de tasas dispuesta por la Reserva Federal de Estados Unidos. Todos los activos de riesgo -incluyendo bonos de alto rendimiento y acciones tecnológicas- sucumbieron.
Sin embargo, la volatilidad del mundo cripto, ya conocida, mostró su peor cara: las stablecoins no hicieron honor a su nombre y dejaron al descubierto que su paridad con el dólar puede ser extremadamente frágil. Aunque sería injusto generalizar -Tether y Binance USD no tuvieron caídas estrepitosas como Luna y UST- la lección inevitable del derrumbe es que algunos de los mecanismos que sostienen el valor de las criptomonedas deben ser mirados muy de cerca cuando no directamente reformulados.
La inestabilidad de las stablecoins es una página decepcionante en la joven historia de las criptomonedas pero no su capítulo definitivo. La pregunta que flota en el aire es si el ecosistema entero puede funcionar atado a la lógica de la matemática en oro puro, es decir, sustentado exclusivamente en la percepción de la gente y no en elementos que le den validez real a las divisas.
Un segundo interrogante que aparece tras la tormenta es la idea de la regulación. Todos los expertos coinciden en que el telón de fondo de esta crisis es la ausencia de cualquier clase de reglas. En apenas unos días, muchos inversores pasaron de la sensación de autonomía al pánico de la indefensión y actores sólidos del sistema, como la plataforma Coinbase, admitieron que sus condiciones de uso no habían sido comunicadas con claridad a sus miles de usuarios.
En este contexto, <regulación> y <respaldo> son dos palabras que empiezan a asomar en el vocabulario “cripto” sin provocar los resquemores de los primeros tiempos. La volatilidad extrema sólo podrá ser neutralizada respaldando las divisas digitales con activos. Desde mi punto de vista, si ese sustento se traduce en acciones en empresas emergentes, se podrá fomentar un ecosistema mucho más saludable que conecte a inversores de todo tipo con startups de alto impacto.
Aunque es imposible predecir qué formas específicas asumirá la regulación, el desplome marca el inicio de un nuevo capítulo. Más que temerle, los entusiastas del ecosistema cripto deberían darle la bienvenida y mirar la película completa antes que la foto. Hace 13 años 10,000 bitcoins pagaban una pizza y hoy esa cifra equivale a algo menos de 300 millones de dólares. El dato parece anecdótico pero es significativo respecto de la tendencia de largo plazo.
El escenario tras el “criptoinvierno” deja en evidencia que las divisas digitales necesitan dar una vuelta de página. Más allá del tipo y tono que adquieran las regulaciones venideras, es claro que la volatilidad de una moneda sólo puede contrarrestarse con respaldo. Por eso estamos viendo una nueva generación de criptodivisas que no dependen de un valor percibido -como las tradicionales- sino en activos reales que generan valor.