OPINIÓN: Que los ricos paguen sus impuestos, la cura contra la desigualdad
Nota del editor: Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es economista y profesor en la Universidad de Columbia. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
(CNN) — En años recientes, durante las cumbres mundiales del Foro Económico Mundial que se llevan a cabo en Davos, Suiza, los líderes empresariales han catalogado la desigualdad como uno de los mayores riesgos para la economía global. Han reconocido que no solo es una cuestión moral, sino un tema económico.
Es cierto que si los ciudadanos comunes no tienen ingresos para comprar los productos que fabrican las corporaciones mundiales, estas corporaciones no pueden prosperar. Eso coincide con los hallazgos del Fondo Monetario Internacional: los países en los que la desigualdad es menor tienen un mejor desempeño.
Si la mayoría de los ciudadanos siente que no están recibiendo lo que para ellos es una parte justa de las ganancias económicas, se podrían poner en contra de nuestro sistema económico y político, o al menos de las partes a las que culpan. Si la mayoría cree que la globalización le está afectando, podría ponerse en contra de ella.
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El resultado de las elecciones en Estados Unidos y el resultado del referéndum respecto a la pertenencia de Reino Unido a la Unión Europea indican que podría estar gestándose una rebelión. Y es comprensible: en Estados Unidos, el ingreso promedio del 90% menos rico se ha estancado desde hace casi un cuarto de siglo. Según el Centro Nacional de Estadísticas de la Salud de Estados Unidos, la esperanza de vida promedio se redujo en 2016, por primera vez en más de dos décadas.
En los últimos años, Oxfam ha estado al tanto del aumento de la desigualdad a nivel mundial. En 2014, la organización de combate a la pobreza propuso un escenario con un autobús que transportaba a las 85 personas más ricas del mundo (muchos de ellos casualmente asisten a Davos), quienes tienen tanta riqueza como la mitad más pobre de la población mundial. Desde entonces, ese autobús se ha reducido. Oxfam reveló que este año ya no se necesitaría un transporte tan grande: una vagoneta bastaría para transportar a tan solo ocho hombres (y todos son hombres), quienes tienen tanta riqueza como los 3,600 millones de personas más pobres.
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No sorprende que los altos ejecutivos que se reúnen en Davos no hayan ignorado el mensaje. Para algunos de ellos, es una cuestión moral; para todos es una cuestión económica y política. El futuro de la economía de mercado como la conocemos está en juego. Sesión tras sesión en Davos, los ejecutivos se han enfrentado a la cuestión de si las corporaciones tienen algo qué hacer para enfrentar este azote que amenaza la sostenibilidad política, social y económica de nuestras economías de mercado democráticas. La respuesta es sí.
Todo empieza con una idea sencilla: paguen sus impuestos. Este es el primer elemento de la responsabilidad corporativa. No recurran al traslado de las responsabilidades fiscales a jurisdicciones con impuestos menores. Podría parecer que se está señalando injustamente a Apple en este aspecto, pero sencillamente hizo un mejor trabajo que los demás para evitar pagar impuestos.
No recurran a la confidencialidad ni a los paraísos fiscales, en su país o en el extranjero, ya sea Panamá o las Islas Caimán en el hemisferio occidental o Irlanda y Luxemburgo en Europa. No propicien que los países en los que tienen operaciones se enzarcen en competencias fiscales, círculos viciosos en los que los auténticos perdedores son los pobres y los ciudadanos comunes de todo el mundo.
nullEs vergonzoso que parezca que el presidente electo de un país presuma que no ha pagado ciertos impuestos desde hace casi dos décadas (con lo que parece insinuar que la gente inteligente no paga) o que una empresa paga el 0.005% de sus ganancias en impuestos, como fue el caso de Apple . No es inteligente, sino inmoral.
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Tan solo en África se pierden 14,000 millones de dólares en ingresos fiscales porque los superricos recurren a los paraísos fiscales, según cálculos de Oxfam, que señaló que esto bastaría para pagar la atención médica necesaria para salvar la vida de cuatro millones de niños y para dar empleo a suficientes maestros como para que todos los niños de África asistan a la escuela.
La segunda idea es igualmente sencilla: trata decentemente a tus empleados. Una persona que trabaja de tiempo completo no debería vivir en la pobreza. En Escocia, el 31% de los hogares en los que solo un adulto trabaja sigue sumido en la pobreza.
Los altos ejecutivos de las grandes corporaciones estadounidenses ganan hoy alrededor de 300 veces más de lo que gana el empleado promedio de la misma corporación. Esto es mucho más que lo que se gana en otros países o que se ganaba en otras épocas, y la disparidad no puede explicarse simplemente con los diferenciales de productividad. En muchos casos, los directores ejecutivos de las corporaciones ganan tanto sencillamente porque pueden… y lo hacen a costa no solo de sus empleados, sino del crecimiento de la empresa a largo plazo. Henry Ford entendió la idea de la buena paga, pero parece que su sabiduría se ha perdido en el caso de los ejecutivos corporativos de la actualidad.
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La tercera idea es también sencilla, pero parece que cada vez es más radical: invertir en el futuro de la empresa, en los empleados, en la tecnología y en el capital. Si no se hace esta inversión, más adelante no habrá empleos y la desigualdad crecerá aún más. Pero hoy, en vez de reinvertir las ganancias en la empresa, la proporción que se traslada a los accionistas es cada vez mayor. En Reino Unido, por ejemplo, los accionistas recibieron el 10% de las ganancias en 1970; actualmente, esa cifra es del 70%.
Históricamente, los bancos (y el sector financiero) llevaban a cabo la importante función de recaudar dinero de los hogares para que el sector corporativo construyera fábricas y generara empleos. En Estados Unidos, los préstamos corporativos son la principal fuente de los pagos de dividendos. En 2016, el magnate británico de las ventas al menudeo, Philip Green, recibió duras críticas de parte de una comisión parlamentaria por invertir poco en su empresa. Amasó una gran fortuna para sí, pero llevó a la empresa a la bancarrota y dejó un déficit de cientos de millones de libras esterlinas en las pensiones de sus empleados, situación por la que ofreció disculpas.
Aunque lo nombraron caballero y muchos gobiernos sucesivos alardearon que era el símbolo de la empresa británica, la descripción que la comisión parlamentaria eligió seguramente es más adecuada: el "inaceptable rostro del capitalismo".
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Las corporaciones saben que su buen desempeño no es solo resultado de las leyes de la economía. Es el resultado de las leyes redactadas en la capital de cada país. Por eso, las corporaciones gastan tanto dinero en cabildeo. En Estados Unidos, el sector bancario cabildeó para lograr la desregulación; lograron su objetivo y los contribuyentes tuvieron que pagar las consecuencias.
A lo largo del pasado cuarto de siglo, en muchos países, las reglas de la economía de mercado se han reescrito para mejorar el poder del mercado y para acrecentar la desigualdad . A muchas corporaciones les ha ido mucho mejor "cazando rentas" (obteniendo porciones más grandes de la riqueza nacional a través del monopolio del poder o cobrando favores al gobierno) que con cualquier otra cosa. Pero cuando las ganancias se obtienen por este medio, disminuye la riqueza del país.
En todo el mundo hay muchas corporaciones, encabezadas por líderes visionarios, que entendieron estas máximas desde hace mucho. Entendieron que les conviene compartir la prosperidad. Se dieron cuenta de que en vez de cabildear para que se implementen políticas para incrementar la "cacería de rentas" (con lo que su empresa obtendría ganancias a costa de los demás), la prosperidad compartida es la única prosperidad sostenible y que en los países que padecen por el aumento de la desigualdad, es necesario reescribir las reglas para fomentar la inversión a largo plazo, el crecimiento más rápido y la prosperidad compartida.
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