Tras egresar como contador privado, Alcalá consiguió un puesto como gerente en Casa Ibarra, una tienda de productos de piel, donde estuvo durante seis años, hasta que decidió abrir su propia compañía de textiles.
Su empresa comenzó con una tienda de uniformes en un local y creció hasta contar con 17 tiendas distribuidas en Aguascalientes y fuera del estado. Alcalá recuerda que ya no solo vendía uniformes escolares, sino ropa para toda la familia, así como colchas de algodón y poliéster. Esta diversidad en su portafolio hizo que el empresario saliera de su estado natal para aprovechar otras oportunidades comerciales.
“Comprábamos una colcha que se vendía mucho, se llamaba colcha de gusanito. La vendían en San Luis Potosí, pero la hacían judíos. En una ocasión nos reunimos y estaban muy molestos por una devaluación. El dueño grito: ‘Si hubiera alguien que me comprara esta fábrica se la vendía’. En automático le pregunté que cuánto valía su planta y ese mismo día hicimos el trato”, narra.
La condición para la compra fue que lo ayudaran a llevarse la planta a Aguascalientes y que le enseñaran a usar las máquinas, pues Alcalá no tenía ni idea de cómo utilizar estos artefactos ni menos cómo operar una fábrica. Pero aprendió y su intuición lo llevó a adquirir una segunda fábrica en San Luis Potosí y una constructora de naves industriales.
Cuando compró la segunda fábrica, ésta tenía 18 máquinas viejas y producía alrededor 10,000 m² de textiles al mes. Alcalá invirtió en máquinas nuevas y seis años después instaló su tercera planta en Aguascalientes, esta vez para fabricar ropa deportiva y textiles para calzado. En conjunto, su producción actual supera los 2 millones de metros cuadrados de textiles al mes, a través de las marcas La Providencia, Laprotex y Satin Export.
El futuro de la empresa familiar
A sus 86 años, Salvador Alcalá continúa dirigiendo su empresa familiar. En su trayectoria ha tenido tres momentos que marcaron su vida. El primero ocurrió hace varios años cuando uno de sus empleados fue atropellado y perdió la vida.
“Era solo un muchacho. Dejó a su esposa, una jovencita de 19 años, y dos niños. Que ella quedara desamparada nos hizo tomar la decisión de apoyarla económicamente hasta que tuviera un sustento y a ofrecer un seguro de vida adicional a todos los empleados. De alguna manera eso les da más tranquilidad a las familias”, dice.
El segundo fue cuando se quemó La Providencia. Era diciembre y los rollos de tela estaban en el último piso, alguien aventó un cohete y no quedó nada. Al llegar a casa su esposa lo abrazó y le preguntó que ahora qué iban a hacer. El respondió: “nada, mañana empezamos otra vez”.
Hoy día, Grupo Providencia emplea a más de 240 personas, y a través de alianzas y programas de apoyo a la comunidad en temas de índole empresarial, de educación, salud y alimentación ha impactado a más de 100,000 personas, lo que lo llevó al reconocimiento del Ayuntamiento como “Hijo predilecto de la ciudad” en 2021 y el Premio Eugenio Garza Sada en la categoría Liderazgo Empresarial Humanista, que otorga el Tecnológico de Monterrey junto con FEMSA.
El tercer momento que lo ayudó en su evolución como líder fue el Covid-19. Durante la pandemia, el grupo no despidió a ningún trabajador, les siguió pagando su sueldo íntegro, aunque la empresa tuvo que cerrar sus puertas por tres meses.
“Cuando regresamos nos encontramos con un mercado muerto, ya que no había compradores, tuvimos que volver a tocar puertas y a convencer a nuestros clientes de volver a invertir. En ese tiempo no hubo ventas. Ahorita ya estamos encaminados a la recuperación, aún no hemos llegado a los números antes de la pandemia, pero tampoco tenemos prisa”, menciona.
En enero próximo instalarán seis máquinas nuevas con lo que esperan crecimientos de 35% en la producción. A su parecer, el dinero es la consecuencia del trabajo y no el fin. “Mi única gracia es trabajar, me gusta levantarme temprano porque así lo hacía desde niño y eso me sirve para tener más vitalidad. Mis hijos también crecieron trabajando en las tiendas y hoy dos de ellos ya son gerentes de fábrica”.
También dos de sus nietos ya están encaminados a seguir con el negocio de la familia; no obstante, Alcalá reconoce que esa es una decisión de ellos. De lo que sí está convencido es de no perder el sello de empresa familiar. “No queremos meter la burocracia que conlleva la institucionalización, creemos que la línea directa es más fácil”.
Pese a ello, especialistas en sucesión de liderazgo y empresas familiares recomiendan la institucionalización, ya que de ello depende en gran medida la continuidad del negocio. También aconsejan contar un plan de sucesión, pues si el relevo generacional no se lleva adecuadamente la empresa familiar puede desaparecer.
De acuerdo con el Instituto de Familias Empresarias para México y Latinoamérica, las empresas familiares tienen el desafío de construir una riqueza perdurable. De garantizar la continuidad en el legado de la familia y de ser innovadoras en su modelo de negocio.
Sin embargo, actualmente más del 50% de las empresas familiares no logran llegar a la siguiente generación, debido a la falta de comunicación, de expectativas y de visión a largo plazo.
A ello se suma que menos del 60% de las compañías en México tiene un plan de sucesión para su continuidad, según el Instituto de Familias Empresarias del Tecnológico de Monterrey.