"Tenía un dolor constante en el hombro que crecía cada vez más", narra Carlos M., mientras intenta levantar el brazo para mostrar lo difícil que le es todavía realizar esa acción tan simple. "Al final, ya no se quitaba con fármacos". El trabajo repetitivo para cumplir con los ciclos de producción en la fábrica armadora en la que trabaja, que no pueden durar más de 56 segundos cada uno, ya le pasaron factura a su cuerpo. En la industria automotriz, los tiempos son rigurosos.
Hace 13 años, Carlos M. se hizo una primera operación en la que le colocaron cuatro anclas roscadas de titanio con una especie de hilos amarrados a los tendones de su hombro derecho, que le permitió recuperar 70% de la movilidad. Pero, en abril de este año, tuvo una segunda operación; esta vez fueron dos anclas en el otro hombro, el izquierdo, por la misma razón: desgaste en la articulación por la repetición en su trabajo.
Carlos M., de 44 años, trabaja desde hace dos décadas para una armadora de pickups, en donde, tras su paso por el área de ensamble final, de la que salen cerca de 720 camionetas al día, tenía que mover bruscamente los brazos para supervisar que no hubiera ruidos y rechinidos. No había en los autos, pero en su cuerpo sí.
“Uno podría decir que es fácil poner un tornillo o ensamblar tal pieza, pero no es así, es el trabajo más pesado de todo, físicamente es muy desgastante”, dice Alejandra Morales, secretaria general del Sindicato Independiente Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Industria Automotriz (SINTTIA).
Carlos M. ilustra el desgaste físico y emocional que puede ocurrir en trabajos repetitivos y mecanizados en la industria manufacturera, que se repite por miles en las más de 608,484 plantas de manufactura que, según datos de Inegi, emplean a 9.76 millones de personas en el país. Esta historia puede tener un nuevo capítulo gracias a la tendencia de trasladar la producción a lugares más cercanos a los centros de consumo, algo conocido como "nearshoring".