No es solo la corrupción y la violencia que se han extendido por toda la región lo que lo agrava. Esta parte de Venezuela se ha convertido en una especie de salvaje oeste, donde las líneas entre lo que es legal y la minería ilegal se han vuelto cada vez más borrosas. La mayoría de los sitios mineros operan en condiciones ilegales, con poca consideración por las normas de salud y seguridad y una total indiferencia por su impacto ambiental, mientras los funcionarios locales y las fuerzas de seguridad hacen la vista gorda.
Las compañías que operan en el Arco Minero del Orinoco lo hacen con tecnología y prácticas obsoletas que utilizan productos químicos peligrosos, con lo cual envenenan recursos hídricos vitales con mercurio, cianuro y otras sustancias tóxicas. Las operaciones mineras también continúan despejando grandes áreas de selva tropical, algunas de ellas protegidas por la ley venezolana, como el Parque Nacional Canaima, sitio que la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad.
“No he visto mucho del mundo, pero el Parque Nacional Canaima sí”, dice, haciendo una pausa mientras busca la palabra correcta. “Es simplemente espectacular”, dice la fuente militar con un suspiro. “Y lo están destruyendo”.
De vuelta en El Callao, el minero con el que hablamos y cuya identidad acordamos no revelar nos dice que cree que el oro que ha estado cavando fue creado divinamente, pero necesariamente bueno.
“Está en el suelo porque Dios lo consideró así”, dice. “Y hay un texto bíblico que dice que tu dinero no debe usarse para actos malvados”. Reflexionando sobre el sistema corrupto de autoganancia alrededor del oro, desde El Callao hasta Caracas, se desespera.
“Es dinero maldito”, dice. “Es dinero malvado”.
Gul Tuysuz, Sarah El Sirgany y Samson Ntale, de CNN, contribuyeron con este reportaje.