Los periodistas hicieron preguntas brutales: "¿Acaso la gente no tiene el derecho de preguntarse por qué alguien habría de respaldarlo si ni su propio hermano lo hace?", preguntó uno.
Ciertamente es una pregunta que todos se hacen. En realidad, las elecciones son un volado, pero son un riesgo que Johnson y sus asesores han optado por correr con la esperanza de que al transformar a la coalición del Partido Conservador en un grupo de euroescépticos, la alianza por al brexit se reconfigurará y será suficiente para ganar las elecciones generales.
Si Johnson tiene éxito, su decisión de echar a los legisladores conservadores más moderados le servirá para tener un partido duro pro-brexit más consolidado, para salvar el pellejo y para redefinir a los conservadores, todo al mismo tiempo.
Pero si su discurso torpe y a ratos incómodo del jueves es un indicio, es probable que haya perdido parte del lustre ganador que parecía tan prometedor.
Su predecesora fue objeto de ataques incesantes por su mal desempeño al dar discursos —ya fuera por su baile robótico o por perder la voz—, pero nunca formó a docenas de cadetes de Policía desconcertados como telón de fondo de una estratagema política.
Pero, a diferencia de May, Johnson pudo hacer llegar el mensaje de que tiene la intención de sacar a Reino Unido de la Unión Europea "sin excusas ni pretextos" antes del 31 de octubre, cosa que contrasta profundamente con el fracaso de May en la búsqueda de consensos.
Cuando le preguntaron si podía prometerle al pueblo británico que no iría a Bruselas a pedir otra prórroga al brexit, Johnson respondió: "Sí, sí puedo. Preferiría caer muerto en una zanja".