Un error táctico
Aunque en papel suena noble, el principio de no intervención sirve para que China evite las críticas y la interferencia en sus políticas. Desde el punto de vista del gobierno chino, lo que los otros países piensen sobre sus actos en Xinjiang, Tíbet o Hong Kong, su responsabilidad o su capacidad de hacer algo acaba en la frontera con China.
En un discurso ante Naciones Unidas, en septiembre, el canciller chino Wang Yi lo dejó en claro al decir que "para que la relación entre China y Estados Unidos permanezca estable, lo más importante es que respetemos la soberanía territorial, el sistema social y el proyecto de desarrollo del otro, además de no tratar de imponerle al otro la voluntad o el modelo propios".
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Por eso es tan extraño —y un posible error táctico— que Trump le pida a China, tanto en privado como públicamente, que investigue a uno de sus posibles rivales electorales.
Aunque China no se apegue a sus principios en la práctica —y ciertamente abundan las pruebas de que China lleva a cabo campañas de influencia tras bambalinas a las que tanto Moscú como Washington son adeptos—, nunca lo reconocerá abiertamente ni accederá a ninguna clase de intercambio. Hacerlo abriría la puerta a la intervención extranjera en los asuntos internos de China, cosa que Beijing ha intentado evitar a toda costa desde hace décadas.