"Tengo 55 años, mi familia es de aquí y nunca en mi vida había visto tantas ollas comunes. La semana pasada eran 20 y esta semana son 40", dice a la AFP Claudia Pizarro, la alcadesa de esta comuna, del partido opositor Demócrata Cristiano.
Penando sin esperanza
En las calles hay poca gente, locales cerrados y la gran mayoría lleva mascarilla. Muchos saben dónde viven los enfermos y se coordinan para acercarles comida. Los une el lamento por un virus que hizo más evidente su fragilidad.
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"Si no nos apoyamos entre nosotros, aquí no nos ayuda nadie", dice Gloria Reyes, una costurera de 62 años, dirigente del comedor de 6 de Mayo, que antes de la pandemia confeccionaba uniformes escolares junto a su hermana.
"Esto paró todo", afirma por su parte Claudia Gutiérrez, de 31, vendedora de ropa usada en la feria.
Entre calles pavimentadas se erigen casas sociales y también viviendas más precarias de madera, donde en 40 m2 viven familias numerosas. No falta el agua, hay algunas plazas, pero afirman que lo que tienen es por caridad y no por la ayuda del Estado.
"Si nos es así nadie nos hace caso", se enoja Álvaro C, un obrero de la construcción de 37 años, en una barricada en una escena que se repite en otras zonas vulnerables de Santiago.
Con los ojos desorbitados de ira Evelyn Corvalán, una madre soltera de 35 años, arrastra un neumático para encender otra barricada en el barrio Brisas del Sol, en la vecina comuna de Puente Alto.