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#LatAmContraElCOVID19: El modelo de Chile contra coronavirus está en jaque

El esquema aplicado originalmente por el gobierno de Sebastián Piñera para enfrentar la pandemia recibe crecientes cuestionamientos ante la aceleración de las muertes y contagios.
jue 21 mayo 2020 11:08 AM
Chile
La estrategia de cuarentenas localizadas han tenido que ser remplazada por una cuarentena total en Santiago, lo que ha desatado protestas.

Ni una cuarentena estricta como las aplicadas en Argentina, Colombia y Perú, pero tampoco ausencia de medidas sanitarias a nivel nacional como ocurre en Brasil. Desde el inicio, Chile eligió un modelo propio para enfrentar al coronavirus que se diferenció del resto de Sudamérica.

El esquema que lleva adelante el gobierno de Sebastián Piñera es el de las cuarentenas localizadas, rotativas y dinámicas. ¿Qué significa eso en la práctica? En lugar de imponer confinamientos a nivel nacional o regional, la dureza de las medidas depende de la evolución del número de contagiados en cada municipio. Es decir, si una localidad presenta focos altos de infectados, ingresa por una semana en cuarentena, pero puede salir de ella cuando la curva de contagiados se aplana.

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Con ese modelo, hasta mediados de mayo las medidas de confinamiento nunca afectaron a más de un tercio de la población al mismo tiempo. Ese esquema original, que evitó la paralización total de la economía, le permitió a Piñera recuperar algo de la popularidad perdida tras las masivas manifestaciones en su contra convocadas el año pasado. Mientras a comienzos de marzo solo el 11% aprobaba la forma en que el presidente estaba conduciendo el gobierno, dos meses después esa proporción había crecido al 25%, según la consultora Cadem.

No obstante el modelo chileno, que era observado como un ejemplo a seguir en buena parte América Latina, ahora enfrenta severos cuestionamientos de parte las asociaciones médicas y de un sector creciente de la población. ¿La razón? En los últimos días, la curva de muertes y contagios se aceleró al punto de colocar al sistema de salud al borde del colapso.

Entre el 11 y el 18 de mayo, el número de infectados pasó de 30,063 a 49,579, un alza del 65%. En el mismo período se reportaron 186 muertes, más de un tercio del total de 509 registrados en el mismo país. Jaqueado, Piñera se vio obligado a anunciar el 15 de mayo una medida a la que se había resistido: imponer una cuarentena para toda la capital Santiago y sus alrededores, donde se concentra más del 80% de los infectados. Con eso, el confinamiento pasó a afectar al 42% de una población de 19.4 millones en el país.

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La contramarcha es evidente sobre todo porque el 24 de abril el presidente había anunciado el Plan Retorno Seguro, que incluía el regreso gradual al trabajo presencial de funcionarios públicos, la reapertura de centros comerciales y la reanudación paulatina de las clases. Ese objetivo quedó ahora congelado y el giro abrupto del gobierno revivió las críticas hacia su manejo de la pandemia.

“El principal beneficio de una cuarentena dinámica es que sigue funcionando la economía, pero la clave para que ese tipo de esquemas funcione no pasa solo por hacer tests masivos, sino también por contar con la capacidad para hacer un seguimiento de los casos positivos y sus contactos, y esa capacidad Chile nunca la tuvo”, dice el médico de urgencia Matías Libuy, investigador de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile y miembro del Departamento de Políticas y Estudios del Colegio Médico, en Santiago.

Para ir rotando las cuarentenas por municipio, Chile llevó adelante el nivel de testeos más alto de América Latina. De hecho, al 18 de mayo Chile ya había realizado 20,799 pruebas por millón de habitantes, una cifra muy superior a los 1,376 tests de México en la misma fecha. “El número de testeos es alto y eso es positivo, pero dada la incapacidad de gestionar el volumen de personas conformada por los casos positivos y sus contactos, las cuarentenas dinámicas desde un principio tenían pocas posibilidades de resultar exitosas”, dice Libuy.

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A eso se sumaron mensajes contradictorios que conspiraron contra el éxito de las cuarentenas en las zonas donde se aplican. “Uno de los problemas que impulsó un aumento explosivo de los contagios en las últimas semanas es que la comunicación de riesgo del gobierno no ha sido buena”, dice la médica Soledad Martínez, integrante de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, en Santiago. “Ha dado señales mezcladas: en ocasiones minimiza el virus, y en otras dice que ajustará la cuarentena”.

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Una jugada de riesgo

Si bien los expertos señalan que la evaluación final de las estrategias de cada país solo podrá hacerse una vez superada la pandemia, hasta ahora los resultados de Chile están dentro del promedio regional. Si la comparación se restringe a sus tres países limítrofes que impusieron cuarentenas estrictas y generales, las 25.1 muertes por millón de habitantes que registraba Chile el 18 de mayo superaban a las de Argentina (8.4) y Bolivia (15), pero estaban por debajo de las de Perú (84.7).

Sin embargo, las marchas y contramarchas de Piñera implican un riesgo alto para un un país en que la inversión en salud pública no ha sido prioridad en las últimas décadas. Desde los años 80, en tiempos de la dictadura militar de Augusto Pinochet, coexisten en Chile un sistema público de salud con recursos escasos al que acude cerca del 80% de la población con un sistema privado al que accede una minoría.

Si bien el gasto en salud de Chile está por encima del promedio del 8% de los países que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la mitad de esos desembolsos proviene de los bolsillos privados.

“El dinero destinado al sistema público claramente no alcanza para atender al 80% de la población”, dice Martínez. “Hay una inequidad tremenda en el acceso a la salud y esa ha sido una de las principales causas que impulsaron las masivas movilizaciones del año pasado”.

En ese marco de fragilidad, Chile se asoma a días difíciles. Al 17 de mayo, de las 1,874 camas de cuidados intensivos del país, 1,526 ya estaban ocupadas, según la Sociedad Chilena de Medicina Intensiva. “Si se mantiene el ritmo actual de 20 o 30 nuevos pacientes críticos por día, a fines de mayo el sistema estará colapsado”, dice Libuy. El panorama es aún más dramático en la Región Metropolitana, donde residen 7.1 millones de personas. Allí, quedaban disponibles solo 63 de las 1,019 camas de cuidados intensivos.

Ante esas urgencias, el Ministerio de Salud emplazó el lunes pasado a las clínicas privadas para que sumen 130 camas con ventilación mecánica antes del 24 de mayo y otras 470 antes del 15 de junio. De no cumplir con la incorporación de esas 600 camas, los prestadores privados deberán atenerse a las sanciones del Código Sanitario o a las disposiciones del Código Penal. La dureza tiene lógica: desde el comienzo de la crisis, mientras las camas de cuidados intensivos en la red pública se duplicaron, en la de los prestadores privados solo crecieron 10%.

En una región que aún busca certezas a las que aferrarse para combatir al coronavirus, el original modelo chileno dejó de entregar las respuestas que prometía al inicio de la pandemia. “Uno de los grandes problemas de Chile fue querer mostrarse como un ejemplo en un contexto de total incertidumbre sanitaria a nivel mundial”, dice Libuy. “Tras la falsa sensación de seguridad que hubo en las primeras semanas solo porque el nivel de testeos era menor, ahora se ve la realidad y todo indica que el costo a pagar será alto”.

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