El profesor de origen polaco, que a esa altura ya contaba con la ciudadanía estadounidense, había descubierto que el virus del polio se alojaba en el tracto gastrointestinal, lo que lo llevó a apostar por una vacuna oral, que luego lo haría famoso en todo el mundo.
Sabin, al igual que Salk, se negó rotundamente a patentar sus vacunas o ganar dinero por ellas.
“No hay patente. ¿Se podría patentar el sol?”, respondió alguna vez ofendido el profesor Salk, mientras que, frente a la misma pregunta, Sabin señaló que “un científico no puede descansar mientras el conocimiento que podría usarse para reducir el sufrimiento permanece en un estante”.
“El virus de la polio causa síntomas similares a los de la gripe en la mayoría de las personas que lo contraen. Pero en una minoría de los infectados, el cerebro y la médula espinal se ven afectados; la polio puede causar parálisis e incluso la muerte. Con la distribución de la vacuna de Salk, el temido acosador de niños y adultos jóvenes aparentemente había sido domesticado”, indicó el doctor Bert Spector en un artículo para The Conversation.
Como otros científicos de espíritu altruista, Sabin no se conformaba con los logros alcanzados. Después de combatir el polio, el científico se dedicó a la filantropía y a nuevos terrenos de investigación, desempeñándose incluso como presidente del Instituto Weizmann, de Israel, entre 1970 y 1972.