Ese éxodo a Chile fue incentivado por el presidente Sebastián Piñera. Durante la campaña para las elecciones presidenciales de 2017, había adelantado que iba a ofrecer visas exclusivas para que los venezolanos tuvieran oportunidades en Chile. Ya una vez en el gobierno, en febrero de 2019 durante un acto realizado en la ciudad colombiana de Cúcuta, fronteriza con Venezuela, Piñera invitó a los migrantes venezolanos a viajar a Chile en calidad de refugiados mediante la denominada “visa de responsabilidad democrática”.
Sin embargo, aquellas promesas pronto quedaron anuladas por los hechos. El año pasado, frente a más de 1.600 solicitudes de refugio por parte de migrantes venezolanos, el gobierno de Piñera solo reconoció a siete. “Los gobiernos de Chile nunca tuvieron una preocupación por establecer políticas migratorias decentes y es en ese marco en el que Piñera avanza con un discurso racista sintetizado en la frase ´ordenar la casa´, dice María Emilia Tijoux, coordinadora de la Cátedra de Racismos y Migraciones Contemporáneas de la Universidad de Chile, en Santiago. “Eso implicó en la práctica terminar con los sistemas de visa que existían, exterminar el consejo consultivo conformado para las migraciones y decretar expulsiones masivas”.
El endurecimiento, sin embargo, no frenó el flujo migratorio. La cifra de 16.848 venezolanos que ingresaron a Chile por pasos no habilitados en todo 2020 creció a 23.673 solo en los primeros siete meses de este año. Muchos de ellos, luego de cruzar la frontera norte de Chile, se establecen en ciudades como Iquique, la primera gran urbe que encuentran a su llegada desde Bolivia rumbo a la capital Santiago. Sin embargo, ante las restricciones sanitarias, la dureza de la política migratoria y la escasez de recursos económicos, la mayoría de los migrantes no logran continuar la travesía y permanecen en ciudades pequeñas, donde sobreviven vendiendo dulces o limpiando vidrios en los semáforos y duermen en campamentos improvisados en plazas. Solo en Iquique, ciudad localizada a unos 1.800 kilómetros de Santiago, hay unos 3.500 migrantes venezolanos varados.
Ese cuadro, sobre el que se montan discursos de funcionarios y medios de comunicación que suelen culpar a la migración por el crecimiento de la inseguridad en el país, viene incrementando el rechazo y la estigmatización a los extranjeros, en especial a los venezolanos y haitianos. Más dramático aún, la falta de respuestas del gobierno chileno y su negativa a llevar adelante procesos más rápidos de legalización han llevado en lo que va del año a la muerte de 15 personas, que intentaban cruzar la desértica frontera desde la localidad de Pisiga, en Bolivia, a la pequeña Colchane, en Chile, trayecto conformado por una zona andina a más de 3.600 metros de altura sobre el nivel del mar con temperaturas extremas.
Otro de los efectos de la falta de regularización a los migrantes, lo que les impide, por ejemplo, acceder a empleos formales, es la reproducción del círculo vicioso de la pobreza. Según la Encuesta Casen 2020 realizada por el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), mientras los niveles de pobreza para los nacidos en Chile pasaron del 8,4% en 2019 al 10,4% el año pasado, para los extranjeros residentes en el país saltaron del 10,9% al 17%.
Ante ese panorama, la cuestión migratoria pasó a ser un tema relevante en la campaña con vistas a las elecciones presidenciales del 21 de noviembre. No obstante, las propuestas de buena parte de los candidatos sobre cómo abordar el tema siguen siendo ambiguas, lo que deja espacio para planteos más duros por postulantes extremistas. Es el caso del ultraderechista José Antonio Kast, quien propuso cavar “una zanja con tres metros de profundidad, con cercos para que nadie caiga dentro” en el norte del país. Según el último sondeo publicado a mediados de octubre por la consultora Cadem, la intención de voto de Kast trepó en los últimos tres meses del 7% al 21%, lo que lo posiciona al tope de las preferencias, por delante del candidato de la coalición de centroizquierda, Gabriel Boric, y del postulante oficialista Sebastián Sichel. “Uno de los grandes peligros del rechazo a los migrantes es su popularidad”, dice Tijoux. “En un país en el que tuvimos 17 años de oscurantismo con la dictadura de (Augusto) Pinochet, estos discursos nacionalistas prenden muy rápidamente y defender a la inmigración resta votos”.