Pero el mensaje más importante debe leerse entre líneas: al primer ministro le importa menos su imagen de líder conciliador, deteriorada por una guerra que empezó hace más de un año, que los avances militares del FPLT, cada vez más cerca de la capital, Adís Abeba.
Ni siquiera una avalancha de llamamientos para el cese de las hostilidades -procedentes tanto de países occidentales como de la Unión Africana y líderes africanos-, ha impedido que Abiy continúe apostando por un pulso militar para derrotar a las fuerzas del FPLT.
No es la primera vez que Abiy pisa un campo de batalla. Este hombre de 45 años creció rodeado de armas, luchando desde que era un adolescente —en los años 90— con los rebeldes que declararon la guerra al régimen comunista que gobernaba Etiopía desde 1974.
Esos rebeldes depusieron al gobierno y crearon un régimen nuevo, dominado por el FPLT y un grupo étnico, los tigriños, que a pesar de representar solo el 7% de la población controlaron el poder político de Etiopía durante casi tres décadas, desde 1991 hasta la llegada de Abiy a la jefatura del Ejecutivo en 2018.
Después de manifestaciones multitudinarias contra el gobierno, en las que miles de personas de otras etnias tomaron las calles exigiendo más representación política, Abiy llegó al poder otorgando la amnistía a miles de presos políticos, legalizando los partidos opositores y firmando un histórico acuerdo de paz con Eritrea.