Están adaptados al nuevo Israel, un país con una economía sofisticada y una aceptable red de seguridad social, pero también cada vez más materialista y con preocupantes índices de inequidad. En el camino van quedando muchos de los ideales que se estrenaron con la fundación de Degania, el primer kibutz, en 1909.
De todas maneras, existen notables diferencias entre cada kibutz, donde las marcas de la privatización de la vida y la economía social se pueden apreciar en una simple caminata.
Cuenta Jonathan Dekel-Chen, profesor de Historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén, que encontró una manera sencilla de testear el nivel de privatización de cada kibutz: aquellos que siguen teniendo los árboles y los jardines de sus calles y espacios comunes bien cuidados y verdes son todavía un poco más socialistas que aquellos con el paisaje descuidado.
Dekel-Chen vive en un kibutz (Nir Oz, fronterizo con Gaza, en el sur del país) y reconoce en primera persona estas marcas de la "liberalización" del movimiento. En su comunidad, destaca, la salud y la educación siguen estando "fuertemente subsidiados" y "el paisaje es lindo y verde".
Pero "el kibutz no es una burbuja", dice el profesor durante la entrevista con Expansión, señalando los dilemas mundanos de las familias que viven en estas "versiones híbridas" de colectivos que, en sus primeros años, eran mucho más fáciles de describir, lugares de austeridad socialista y duro trabajo manual que quedaron en los libros de historia.