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OPINIÓN: El trumpismo va ganando y todos estamos aterrados

El espectáculo de Kavanaugh, indigno de un candidato a la Suprema Corte, fue totalmente trumpiano en cuanto a emoción y distorsiones intelectuales, comenta Michael D'Antonio.
mar 09 octubre 2018 12:00 PM

Nota del editor: Michael D'Antonio es autor del libro Never Enough: Donald Trump and the Pursuit of Success (editorial St. Martin's Press). Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

(CNN) - Para muchas personas la confirmación de Brett Kavanaugh a la Suprema Corte de Estados Unidos no es únicamente una victoria para el presidente de ese país, Donald Trump, sino para el trumpismo en general. Y este hecho inquieta a gran parte del país.

La presidencia de Trump no está marcada por una ideología política, sino por una personalidad. Como le dijo Colin Powell, republicano y exsecretario de Estado de Estados Unidos, a Fareed Zakaria, de CNN: "Nosotros, el pueblo" se sustituyó con "yo, el presidente". Esta forma trumpiana de operar vence a la decencia, y el poder vence a la unidad. También es una fuerza que ha demostrado ser eficaz e infecciosa, de una malevolencia aterradora.

La cualidad infecciosa del trumpismo quedó patente en la respuesta llorosa, indignante y santurrona a las graves acusaciones de mala conducta sexual en su juventud. Arremetió contra los liberales y anunció que había sido la víctima de "un golpe político calculado y orquestado". Kavanaugh incluso fastidió a la senadora demócrata Amy Klobuchar (aunque más tarde ofreció disculpas) y afirmó que sus problemas equivalían a una "vergüenza nacional".

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El espectáculo de Kavanaugh, indigno de un candidato a la Suprema Corte, fue totalmente trumpiano en cuanto a emoción y distorsiones intelectuales. A él se sumó casi de inmediato el senador Lindsey Graham, con su dedo acusador y sus quejas al más puro estilo Trump. "¿Estás buscando un proceso justo? Viniste a la ciudad equivocada en el momento equivocado, mi amigo", preguntó Graham en un arranque de despecho.

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Nadie personifica mejor que Graham el triunfo del trumpismo. Graham, quien antes encabezó la facción más racional del Partido Republicano, dijo alguna vez: "¿Sabes cómo haremos grande a Estados Unidos otra vez? Dile a Donald Trump que se vaya al infierno". Pero desde la muerte de su amigo y mentor, John McCain, Graham adoptó el estilo de Trump en su retórica y en su enfoque politiquero.

En la audiencia de Kavanaugh, Graham empezó el espectáculo de la autocompasión al decirle al candidato lloroso: "Esta no es una entrevista de trabajo, es un infierno". Más tarde comentó que quienes dijeron que era un bebedor incontrolable y depredador habían hecho quedar al pobre Kavanaugh como un "borracho putañero".

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El pleito de Kavanaugh fue, en gran medida, un conflicto sobre si se tomarían en serio las acusaciones graves de Christine Blasey Ford, quien lo señaló de agresión sexual y física. Por un momento, cuando el senador republicano Jeff Blake pidió que se hiciera una pausa de una semana para que el FBI llevara a cabo una investigación, pareció que la razón prevalecería sobre la emoción cruda.

Sin embargo, Flake pronto entraría en cintura, al igual que los senadores Susan Collins, de Maine, y Joe Manchin, de Virginia Occidental. Temerosos de exigir un proceso minucioso, también votaron para que Kavanaugh quedara en la Suprema Corte. La aflicción de las mujeres que gritaron "¡Qué vergüenza!" desde la galería del Senado cuando votaban a favor de Kavanaugh fue el sonido de la angustia porque los líderes que habían sido razonables capitularon ante un presidente que miente a raudales, divide alegremente a la ciudadanía y se ha burlado de las estimadas instituciones.

Los votos de los senadores que mermaron a la Suprema Corte agregando a Kavanaugh afirmaron que el trumpismo no se dejará vencer fácilmente.

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Claro que no se puede negar que Trump tuvo qué ver en la confirmación de Kavanaugh. Para defender a su candidato al tribunal supremo, recurrió a su combinación usual de retórica extraña e ideas deschavetadas. Se quejó de que los demócratas querían "destruir" a Kavanaugh y que sus oponentes son "personas muy malvadas".

Incluso propuso una absurda teoría de la conspiración sobre el multimillonario George Soros, uno de los "cocos" favoritos del Partido Republicano: dijo que había financiado a los manifestantes que llegaron a Washington para oponerse a sus nominados. (El senador republicano Chuck Grassley demostró la cualidad infecciosa del trumpismo al repetir las tonterías sobre Soros. "Tiendo a creerlo", dijo).

Al igual que las quejas de Kavanaugh sobre el presunto esfuerzo organizado en su contra, la teoría sobre Soros era mentira. Pero no castigaron a nadie por esta histeria, sino que recompensaron a Grassley, a Trump y a Kavanaugh. Con sus victorias, la posibilidad de que regrese la buena voluntad que alguna vez marcó la vida cívica se hace cada vez más pequeña.

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El trumpismo está ganando y por eso, muchos estadounidenses están aterrados.

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