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La apoteosis de Greta y el ultimátum de los jóvenes

El mallete en los juicios de esta generación no lo portará un juez estirado con peluca blanca, sino la palabra demoledora que sale de esa chica de ojos severos, señala Juan Pablo Mayorga.
mar 24 septiembre 2019 10:25 AM

(Expansión) – En la historia de la Asamblea General de la ONU, los líderes del mundo han dejado los riñones enfrentando sequías, hambrunas, guerras y dictaduras, pero juraría que hasta este lunes nunca se imaginaron que un varapalo de escala generacional les llegaría de boca de una niña trenzada.

Si durante el año Greta Thunberg dio visos de matagigantes, durante este fin de semana en Nueva York no dejó uno solo con cabeza.

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De la Gran Manzana señaló su contaminación, de Estados Unidos criticó el relativismo político con que se desdeñan las bases científicas del cambio climático, de Donald Trump aseguró que no valía la pena reunirse con él, a la cúpula mundial reunida en la Asamblea General de la ONU la acusó de hablar de la emergencia climática con palabras vacías, al crecimiento económico ininterrumpido lo tildó de un cuento de hadas.

Cuando parecía que la tormenta Greta había amainado, apareció con un grupo de jóvenes presentando una demanda colectiva contra cinco países (Argentina, Brasil, Francia, Alemania y Turquía) por su inacción para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y, con ello, violar los derechos de los niños.

Y claro, todo esto ocurre después de que el movimiento Fridays4Future, iniciado por la misma Greta, se trocara en una marcha en la que 4 millones de personas alrededor del mundo (probablemente la más numerosa en la historia) salieran a hacer eco de las consignas de la activista sueca. Y yo pensando que había tenido un fin de semana productivo.

Lee: Greta Thunberg, en la ONU: "Han robado mis sueños y mi infancia"

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Para ser honesto, pensé que Greta llegaría agotada a Nueva York. En menos de un año fue a la COP en Polonia, a la Cumbre de Davos, a visitar al papa Francisco y se plantó en las principales plazas de la política europea. Arengó públicamente a millones de activistas climáticos como ella, publicó un par de libros y concedió docenas de entrevistas. Viajó en tren de Escandinavia a la península itálica y después de nuevo hasta las islas británicas. Luego, aferrada siempre a prescindir de los contaminantes vuelos comerciales, cruzó el Atlántico en un velero.

En suma, hubiera entendido si la Greta de estos días hubiera menguado en comparación con sus versiones anteriores. Pero no.

Con su poderoso discurso de este lunes (¡Cómo se atreven!), Greta ha enviado su mensaje más severo hasta ahora con una convicción que le dibujaba gesticulaciones dramáticas en cada oración. La misma dinamita que vimos luego en sus mandíbulas apretadas cuando, en un pasillo, se cruzó frente a ella el presidente Donald Trump.

Por supuesto, en su apasionada búsqueda de sentido común, Greta ha ido desarrollando resistencias. Políticos que no están dispuestos a recibir instrucciones de una menor, científicos que se sienten vejados porque alguien que falta a la escuela les ha quitado el micrófono, cabilderos del conservadurismo económico que ven en ella un robot de propaganda programado para reinsertar el socialismo.

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Pero la diversidad de escollos tiene una base: "hombres", principalmente blancos, "adultos" y "educados", que entre argumentos mezquinos y tufos de misoginia terminan exhibiendo su fragilidad ante el poder de una niña con un mensaje sensato.

Antes de Nueva York, Greta era una promesa. Ascendiente y poderosa, pero al fin promesa. A partir de este lunes, la futura Nobel de la Paz (le apuesto un billete a quien lo dude) se ha convertido en sentencia para los negacionistas y los pusilánimes que retrasan las acciones urgentes para mantener bajo 1.5 grados el aumento de la temperatura promedio del planeta.

Tal vez ninguna acción significativa salga de Nueva York esta semana (la misma Greta lo descartó), pero eso no quita el golpe dado: a partir de ahora las personas en el timón global no serán más juzgados desde su comprometida legalidad (sostenida por palillos de las frágiles mayorías que los eligieron), sino desde una moralidad global fincada en la legitimidad de los jóvenes luchando por su futuro.

El mallete en los juicios de esta generación no lo portará un juez estirado con peluca blanca, sino la palabra demoledora que sale de esa chica de ojos severos y barbilla sollozante.

Si la pequeña Momo, en la novela homónima de Michael Ende, pulverizó a los hombres grises siendo fiel a su inocencia y rehusándose a jugar los perversas hipocresías de los adultos, Greta ha demolido los tótems políticos con traje y corbata, simplemente al mantener la verdad cruda a la vista de todos.

El ultimátum de los jóvenes está ya sobre la mesa del debate global porque Greta lo ha puesto ahí: "Si deciden fallarnos, no se los perdonaremos. Aquí y ahora es donde trazamos la línea".

Nota del editor: Juan Mayorga es periodista especializado en asuntos ambientales, principalmente cambio climático, transición energética y desarrollo urbano sustentable. Es maestro en Public Management y GeoGovernance por la Universidad de Potsdam, Alemania, colaborador de medios nacionales e internacionales. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.

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