(Expansión) – Durante 2019, la política ambiental en México fue sólo un telón de fondo en el avance de las políticas estratégicas de la llamada cuarta transformación: desproteger áreas de conservación con megaproyectos hechos al vapor (Tren Maya y Corredor Transístmico), deforestar 300 hectáreas de manglar como paso para una refinería (Dos Bocas), omitir las normas de contaminación del diésel para facilitar la competitividad de Pemex, trastocar la evolución de las energías renovables alterando las reglas de los Certificados de Energías Limpias (CELs) a la medida de las plantas de CFE.
Pero también en los temas que normalmente no señalan sus críticos entusiastas del desarrollo: la ambigüedad en la cancelación de transgénicos, mientras que los transgenes siguen contaminando variedades nativas de plantas estratégicas como maíz, algodón y frijol. La esquizofrénica adjudicación de presupuesto de Pemex para fuentes no convencionales de energía, que contrasta con la retórica antifracking de López Obrador, en un año en el que Gran Bretaña detuvo esta técnica privilegiando el principio de precaución.