Esto le ha asignado cierto estigma a la región previniendo la inversión extranjera y consumiéndola en un debate sin fin que argumenta la inhabilidad de la misma para surgir a los niveles de súper potencias como lo son Estados Unidos o la Unión Europea.
A pesar de las alarmantes cifras más recientes que compartió la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), donde se identificó a México con un tasa de pobreza extrema del 16.8%, seguido por Bolivia con una tasa de 15.2%, Ecuador con 8.4% y Colombia con una tasa de 7.2%, se espera que el 2020 no sea un año de gran crecimiento económico para la región en general aunque Panamá, por ejemplo, experimentará un crecimiento de 5.5% en el PIB y Colombia y Perú de un 3.6%, y países como Argentina y Venezuela, tendrán un crecimiento negativo.
Son estos extremos lo que nos llevan a caer en una conversación semi-política de modelos conceptuales, escogiendo entre un camino u otro, sin visualizar el potencial de la región, donde seguimos fragmentados en lugar de contemplar lo que podríamos llegar a ser.
Y mientras los latinoamericanos nos quedamos atrapados en ese debate, el mundo cambió. En los últimos 10 años, 6.5 billones de personas se conectaron al Internet, multiplicando las oportunidades para aprender, interactuar, comparar y formular opiniones. El poder computacional por chip ha crecido en un 10,000%, potenciando nuevas tecnologías como la inteligencia artificial que, se estima, generará 13 trillones de dólares más en el Gross Domestic Product (GDP) mundial.
La energía solar promete generar nuevas fuentes de ingreso y se alinea con las metas globales de sostenibilidad. Organizaciones exponenciales, aquellas que crecen más rápido gracias a la tecnología, han irrumpido en industrias tradicionales y las han cambiado para siempre, como Uber, Airbnb o Amazon, acelerando a su vez cambios de comportamiento en los consumidores alrededor del mundo.