Israel es otro caso emblemático, pero inversamente contrario de cómo el nuevo coronavirus impactó positivamente el proyecto político de Benjamín Netanyahu. Después de la celebración de las elecciones del pasado 2 de marzo en las cuales el partido Likud (derecha-conservadora) conquistó 36 bancas de las 120 en disputa de la Knesset, el primer ministro se vió obligado a negociar un acuerdo de coalición como es costumbre en la política israelí.
Netanyahu utilizó la emergencia pandémica como un instrumento para retrasar el juicio político que él debía enfrentar el 17 de marzo por soborno, fraude y otros cargos; además, el Covid19 fue un impulsor para que Beny Gantz de la coalición Azul y Blanco se coaligará con él, en aras de conformar un gobierno de unidad nacional, un hecho que puede ser interpretado de dos maneras por sus votantes en un momento de gran polarización política: ¿acto responsable o simple traición?
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Los proyectos políticos no son inmunes al Covid19. Otro caso es Venezuela en manos del presidente Nicolás Maduro, quien no cuenta con la caja de herramientas para superar esta emergencia sanitaria que lo asfixia cuando de manera simultánea se vive una crisis política, legislativa, económica, financiera, diplomática, humanitaria y de seguridad.
En este contexto se inscribe el propósito de Donald Trump de ponerle un precio a la cabeza de Maduro y a otros funcionarios del más alto rango del gobierno chavista etiquetados como narcoterroristas, precisamente la narrativa preparatoria para lanzar un ataque militar que apoyan Brasil y Colombia, los dos grandes aliados de Estados Unidos en América del Sur.
La decisión trumpista está fríamente calculada en un año electoral. Con la pandemia sanitaria, la Casa Blanca estaría pérdida para los próximos cuatro años en manos del Partido Republicano debido a la factura económicamente desastrosa del Covid19, el virus que súbitamente le robó a Trump su abanico de éxitos económicos y que lo desnudó de resultados en plena contienda electoral.