El impacto de un evento tan disruptivo como el COVID-19 ha resonado en áreas clave de dicho sistema. En principio, la producción se interrumpe al haber una escasez grave de mano de obra en los cultivos. En los últimos meses, ésta ha sido insuficiente para levantar ciertas cosechas por temor del contagio debido a la interacción y el manejo de los productos agrícolas.
Algo similar ha ocurrido en los centros donde se procesan y empacan los alimentos. Como consecuencia del aumento de las infecciones, varias plantas se han visto obligadas a cerrar sus puertas o limitar sus actividades. Esto ha provocado un aumento acelerado de los precios, debido a los esfuerzos por proteger la salud del personal y reforzar el empaque de los productos a fin de evitar que se contaminen.
Asimismo, la distribución de comestibles se alteró. Por un lado, los gobiernos impusieron restricciones en el flujo de productos como parte de sus iniciativas para evitar la propagación del COVID-19, provocando intermitencias o suspensiones.
En consecuencia, los productores se enfrentaron a escenarios en los que no les era posible cosechar, almacenar o vender sus mercancías, en tanto que los consumidores se enfrentaban al aumento de precios y a la incertidumbre en el suministro.
Finalmente, los consumidores optaron por medios no tradicionales para comprar comida. El confinamiento los orilló a dejar de acudir a los supermercados, por ejemplo, y realizar sus compras a través de los canales de comercio electrónico, u ordenar sus alimentos preparados a través de aplicaciones móviles.
Si bien la emergencia sanitaria no alteró radicalmente cuánta comida se consume, sí provocó una reestructuración en cómo las personas la adquieren, y los nuevos patrones de consumo rompieron el delicado equilibrio entre la oferta y la demanda.
Lo cierto es que el nuevo contexto le está permitiendo a las organizaciones de la industria alimentaria reinventarse, así como adaptar sus modelos de negocio y ajustar sus cadenas de suministro para afrontar los nuevos retos, especialmente cuando aún hay incertidumbre sobre el futuro del sistema alimentario.