En el caso de no hacer un presupuesto basado en la necesidad de un crecimiento económico y realizarlo de tipo clientelar, como en todos estos años se han realizado, demostrará al mundo y a nosotros mismos que todavía somos un país puberto. Daría una imagen de debilidad y que no sabemos adaptarnos de forma rápida a las circunstancias actuales y futuras frente a la nueva realidad.
El 2020 dejó demostrado que sin dinero no hay crecimiento y que sin movilidad de la gente económicamente activa no hay flujo de efectivo en circulación, lo que deriva en una economía estancada. Existe una nueva regla que ha surgido con esta pandemia y que será aplicada por todas las economías: disminuir los riesgos financieros por parte de la inversión pública.
Actualmente existen obras que serán realizadas por la inversión pública actual y que no podrán cancelarse por esta administración, debido a que han sido catalogadas como fundamentales, aunque algunas de ellas no están alineadas a las necesidades actuales de cubrir el mercado laboral, industrial o energético.
Esta administración podría cambiar si existe voluntad de sentido común en la forma de realizar el proyecto de presupuestos de México, alejándonos de ser considerados un país emergente o mejor dicho en una nación de intento de llegar al desarrollo. México no tiene todo el dinero suficiente para poder cubrir los gastos programados, quedó demostrado con la cancelación de proyectos de la Comisión Federal de Electricidad y ante las dificultades para tener producción de crudo en superficie por parte de Pemex.
Si se logra tener el tiempo suficiente para cambiar, el presupuesto debería:
Disminuir la cantidad de dinero asignado a la parte de desarrollo social, principalmente en el rubro de la protección y programas que no incrementan un poder adquisitivo con conocimiento.