Lo primero que se debe hacer es definir los objetivos que se quieren alcanzar en el negocio. Las metas deben ser claras, directas y sobre todo medibles. Recuerda: lo que no se mide, no se puede mejorar.
Después será necesario definir los perfiles de los clientes. ¿Quién es tu cliente? es una cuestión fundamental que no muchos negocios suelen plantearse. ¿Qué hábitos de consumo tiene?, ¿qué preocupaciones?, ¿qué soluciones le puedes brindar? ¿porqué este cliente decidió comprar con nosotros y no con la competencia?
También es necesario seleccionar cuál será nuestra oferta de valor. Es decir, definir aquello que nos va a diferenciar del resto de los competidores. Puede ser algo tan sencillo como la ubicación, algún producto específico, o algo tan complejo como conocer el primer nombre de todos tus clientes de mostrador.
En la oferta de valor resulta imprescindible detectar cuáles son tus productos o servicios estrella, y descartar aquellos que no tiene caso seguir ofreciendo, ya sea por sus bajas ventas o bajos márgenes de rentabilidad.
Otro aspecto determinante es el precio. Sabemos que nuestros productos y servicios habitualmente se mueven por los costos de mercado, pero en muchas ocasiones no sabemos que podemos maximizar ese precio, ya sea porque el nicho nos lo permite o el cliente final ve un valor agregado y está dispuesto a pagar mejor.
Es de suma importancia invertir energía, tiempo y recurso económico a la imagen profesional de nuestro negocio. No se trata solo de diseñar un buen logotipo, o lanzar un slogan ‘pegajoso’, sino de desarrollar toda una imagen corporativa. Que el ADN gráfico de la marca sea visible, atractivo y tenga una personalidad poderosa. Es decir, lo que se conoce como branding, o sea, la continua comunicación de los valores de marca a través de elementos y mensajes gráficos en las diversas plataformas.