En México no hay nadie que mida el burnout. Hay mucha información sobre su sintomatología pero no es posible correlacionar sus impactos en la productividad. Van algunos datos sueltos: la OCDE sostiene que cada empleado mexicano genera en promedio 21.6 dólares por hora y trabaja 2,148 horas al año, cifras significativamente lejanas a la media de la OCDE: 54.8 dólares por hora y 1,726 horas anuales por cada trabajador. También se sabe que es el país con menos vacaciones de América Latina, al tiempo que 75% de sus trabajadores registra fatiga laboral, por arriba de China (73) y Estados Unidos (59).
Pero dichas cifras se recogieron antes de la pandemia, específicamente en 2019, lo que hace suponer que algunas de estas variables están al alza debido a los estresores que provoca la coyuntura sanitaria. La curva de la productividad viene cayendo y el desafío hoy es cómo energizar al talento después de una larga temporada de encierro y qué medidas tomar para aliviar la salud mental de los colaboradores tomando en cuenta que el golpe sicológico será brutal, hasta en tanto no haya una vacuna.
Junto con este retador panorama, expertos en management se preguntan si se cuenta con los líderes para mejorar el estado de las circunstancias. Seguro los hay, muchos saben que la variable a preservar es el bienestar de sus equipos, pero también perviven quienes piensan que lo único importante es ser rentable a costa de lo que sea. Estos últimos, en buena medida, son autores intelectuales del burnout.
Algunas empresas ya están adoptando medidas para que sus empleados disfruten de la vida en estos días aciagos; clases de yoga, tomarse un café a distancia con uno de los líderes para romper la monotonía, cualquier cosa lúdica, trivial, que conecte con la estrategia y permita generar resultados. Quienes forman parte de empresas con estas prácticas, bien, sus jefes han entendido que es urgente y muy conveniente buscar que su modelo de negocio se oriente a que sus colaboradores estén bien.
Pero hay muchos líderes que no tienen la menor duda de que el enfoque sigue y seguirá siendo el cumplimiento de las metas, como sea. Para ellos, dotar de paz a sus empleados bajo el argumento de que eso puede ayudar a los resultados es una chabacanería. Estos jefes son desconfiados y quieren ver a “su gente” en la oficina. El colaborador no es un socio estratégico. Es una pieza. Fin de la discusión.