Con ese motivo el 19 de octubre de ese año se notificó a todas las aerolíneas que la pista 23 izquierda quedaría inhabilitada (es la pista más próxima a la actual terminal 2 y al Boulevard Aeropuerto).
Poco después de las 5:40 horas trabajadores de mantenimiento escucharon un estallido: Un avión DC10, con 83 personas a bordo se acababa de estrellar dentro de las instalaciones aeroportuarias. Un error de comunicación combinado con la espesa niebla indujo a la falla; cuando los pilotos quisieron abortar el aterrizaje, las llantas del lado derecho golpearon y destruyeron un camión materialista y proyectó al avión directo hacia el edificio terminal en donde varias aeronaves estaban listas para despegar.
Un querido y siempre recordado amigo reportero que cubría la fuente del aeropuerto, Raúl René Trujillo, había exclamado en alguna ocasión: “El AICM tiene su propio Dios”. Tenía razón: la tragedia hubiera sido mucho mayor de no ser porque el ya desestabilizado avión, herido en la pierna del tren de aterrizaje, fue vencido por su propio peso y al golpear el piso con lo que quedaba del ala derecha viró 90 grados para terminar impactándose en la pared de un taller frente a la última sala de espera. El avión se partió y lo único que quedó reconocible fue la sección del fuselaje encima de las alas, en donde se ubicaron los 16 pasajeros sobrevivientes.
El panorama que vieron y vivieron los sobrevivientes, algunos con severas lesiones y los menos prácticamente ilesos en la parte física más no así en la sicológica, fue el de restos de avión esparcidos por todos lados y un gran movimiento de bomberos.
OPINIÓN: Familias y empresas viven un mismo escenario de crisis
Aunque entonces no existían las facilidades de comunicación que hoy disponemos, la noticia se supo rápido en las redacciones de los medios de comunicación que de inmediato movilizaron reporteros hacia el sitio del accidente. A mí me avisó el personal de la oficina de prensa y de inmediato me movilicé: enfrentaba mi primera crisis.
Hace 6 años entrevisté a dos de los sobrevivientes para conocer las enseñanzas que les dejó ese accidente: Pedro José Ruiz, entonces pasante de Medicina, originario de Costa Rica, me dijo: “Yo era muy impulsivo, pero luego del accidente pensaba en todos los que fallecieron y en que por alguna razón yo sobreviví y que el estar vivo después de tan terrible situación sería por algo. Aprendí a ser más pausado y reflexivo”.