En marzo del presente año millones de mujeres de distintas edades, procedencias y credos, se movilizaron con el propósito de hacer escuchar sus legítimas demandas en torno a las asignaturas pendientes que aún nos lastiman en el siglo XXI; el posterior paro total fue una protesta silenciosa nunca antes vista que sacudió innumerables conciencias.
Así se comprueba que los nuevos feminismos se inspiran en el ejemplo de generaciones anteriores de luchadoras sociales, buscando poner fin, de una vez por todas, a la violencia estructural y a la indiferencia ante la desigualdad.
Pues bien, se dice que las crisis dejan al descubierto realidades ocultas, ya sea para bien o para mal; la contingencia de COVID-19 no ha sido la excepción. Los datos son contundentes: los países gobernados por mujeres han tenido, en gran medida, resultados favorables dignos de aplaudir. Ahí tenemos como muestra las exitosas gestiones de la pandemia realizadas en Finlandia, Nueva Zelanda y Alemania.
Liderar es tomar decisiones, para lo cual se requiere de serenidad, carácter y astucia. Serenidad para no permitir que las tensiones de la coyuntura nublen el juicio; carácter para asumir la responsabilidad propia del encargo sin titubeos; y astucia para persuadir con tacto a terceros respecto de la pertinencia de las estrategias por implementar.
Las mujeres lideresas han demostrado una y otra vez disponer de estas y otras cualidades que las fortalecen para actuar con determinación en situaciones de crisis.
Quizá el mundo necesite de más mujeres en puestos de decisión para avanzar hacia propuestas de solución a amenazas graves como el calentamiento global, la inestabilidad política en algunas regiones y la profunda desigualdad económica que persiste.