El lopezobradorismo opta una vez más por sumarse al club de los impresentables, junto con Vladimir Putin o Jair Bolsonaro, para minimizar el impacto en el tablero político-electoral doméstico del contundente triunfo de su némesis (un demócrata liberal, respetuoso de las instituciones, defensor de la ciencia y de los hechos) en la primera potencia mundial.
Son malas decisiones que garantizan consecuencias negativas a partir de enero de 2021. Pero es importante distinguir entre lo que esas consecuencias pueden perjudicar a México, y lo que pueden perjudicar los intereses políticos del gobierno mexicano. Lo cierto es que lo más probable es que a México, como país, le vaya mejor con el cambio de administración en Estados Unidos.
Relación bilateral compleja
Partamos de un hecho incontrovertible: ambos gobiernos (y los de todos los países, en realidad) ponen en primer lugar su interés nacional. Asumiendo esa lógica, el gobierno de Estados Unidos vela ante todo por su agenda e intereses.
En la relación asimétrica que tiene con México, ciertamente es fácil que le saque provecho a nuestra debilidad ante su poderío. La administración estadounidense sabe que puede presionar para que su vecino “se ajuste”, pero usualmente lo hace de manera contenida, para evitar repercusiones negativas a mediano y largo plazo.
Pero la administración de Trump no se contuvo. Al estilo de la casa, desplegó sin tapujos y con infame prepotencia todos los instrumentos posibles de presión… y el gobierno mexicano, tanto con Peña Nieto como con López Obrador al mando, invariablemente cedió.
Por citar solo dos de sus éxitos más oprobiosos, recordemos la amenaza de imponer aranceles a productos mexicanos que dio lugar a un nuevo acuerdo comercial, o la militarización de nuestra frontera sur para detener —sin éxito, pero con un alto costo para nuestro país— el flujo de migrantes de Centroamérica hacia Estados Unidos.
En esa perspectiva, nuestro país saldrá ganando por lo menos en el sentido de que, a partir de enero próximo, tendrá frente a sí a un interlocutor responsable, profesional y previsible, que tratará sin displicencia (sello de la casa Trump) a México.
Pero también es cierto que en asuntos específicos de la agenda bilateral será irremediable el choque de visones. Pongamos un par de ejemplos. En el tema energético, la nueva administración estadounidense enfrentará la insistencia en el uso de combustibles fósiles por parte del gobierno mexicano (en lo que mucho se asemejaba a la política de Trump al respecto). Biden ha sido claro en que realizará una fuerte apuesta por las energías renovables.
Es de esperarse que, siendo ambos países firmantes del revitalizado Acuerdo de París, Estados Unidos presionará para que México avance hacia los objetivos que debe cumplir para producir energías limpias.
Por otro lado, las disposiciones en materia laboral que habrán de cumplirse como efecto del vigente tratado de libre comercio tendrán nuevas implicaciones cuando en Estados Unidos gobierne un partido que tiene de su lado los sindicatos.
Tiene de su lado también, por cierto, a las minorías étnicas (entre ellas particularmente la méxico-americana, que votó por Biden en más de un 70%), por lo que —algo quizá más importante que todo lo anterior— será sin duda abandonada y enterrada la abyecta retórica sobre “el muro” en la frontera y es previsible que habrá una relación menos ríspida respecto a temas relacionados con la migración.
OPINIÓN: ¿El fin de la era Trump?
En todo caso, lo deseable y esperable es que el gobierno mexicano acepte, y más vale pronto que tarde, la nueva realidad, y que deje de cometer dislates con el gobierno entrante del país más poderoso del mundo y con el que tenemos la relación bilateral más importante y delicada.
Nota del editor: Horacio Vives Segl es licenciado en Ciencia Política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y doctor en Ciencia Política por la Universidad de Belgrano (Argentina). Síguelo en Twitter . Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad del autor.
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