En el sector energético, el populismo-nacionalismo es aquel que defiende los recursos naturales contra intereses internacionales y establece políticas basadas en el interés nacional, la grandeza económica de la nación y la protección de la soberanía nacional.
Hasta aquí, todo lo que se diga en contra de dicha posición parecería un ataque suicida traicionero directo a lo más sacrosanto del verdadero buen ciudadano. ¿No es así?
Bueno, pues autores como Andreas Stølan, Benjamin Engebretsen, Lars Ivar Oppedal Berge, Vincent Somville, Cornel Jahari y Kendra Dupuy ya advertían el valor electoral de los recursos naturales y el riesgo que imponían esas frases en el vocabulario de quienes manipulan la información, solo para obtener un lucro político.
Por su parte, el (verdadero) padre de la denominada “Economía del Bien Común”, Christian Felber, nos advierte que el uso dogmático de los grandes conceptos como interés nacional, grandeza y orgullo nacional, soberanía nacional y anexas, son muy solicitados y no son pocos los diferentes regímenes que, a lo largo de la historia, se los han apropiado para sus fines particulares.
Por ende, las políticas populistas que se apropian de la verdad energética surgen tanto de derecha como de izquierda, tanto en países desarrollados como en aquellos en vías de desarrollo, y han fundado discursos electorales muy poderosos, pues llegan a lo más profundo de la psique de la población, pero que materialmente no llevan a ningún lado.
Hasta aquí no hay ninguna novedad y entonces ¿cuál es el problema?
El problema viene cuando esas políticas populistas son efectivamente aplicadas, secuestradas y se vuelven ocurrencias de un Estado incompetente, alejándose dolosamente de lo verdaderamente público.
Todo lo estatal es público, pero no todo lo público es estatal. Eso es materia de otra discusión.