No es algo nuevo, necesariamente; es algo que ha estado ahí ya por un tiempo y que, como especie, no hemos generado la suficiente conciencia para aceptarlo, abordarlo y transformarlo. Esta falta de compasión y empatía se ha exacerbado y ha crecido gradualmente frente a un parteaguas tan profundo como en el que estamos inmersos.
A diario vemos cientos de muertes, ya sea por un virus que vino a cambiar el orden del mundo, pero también por la indomable violencia que crece, el odio y el resentimiento que ello trae como consecuencia.
Vemos a esas mismas sociedades divididas y polarizadas en muchas ocasiones por perspectivas políticas, religiosas, raciales o de género, entre muchas otras; con enojo y rencor, con acciones destructivas que provocan la involución, con una irreconciliable postura, como si esa creencia no tuviera punto de intersección con otra diferente. Simplemente hay que prender la televisión y revisar los noticieros, o salir a la calle y observar el comportamiento citado.
Cuando un individuo se siente ajeno a la desgracia del otro, no solamente se pierde la capacidad de asombro, esencia misma del ser, sino que se van deshumanizando las relaciones humanas, por irónico o increíble que esto pueda parecer.
De acuerdo con información del Banco Mundial, “se estima que la pandemia de COVID-19 empujará a entre 88 millones y 115 millones de personas a la pobreza extrema en 2020, mientras que la cifra total llegará a los 150 millones para 2021, según la gravedad de la contracción económica”. En un mundo con estas condiciones, el progreso colectivo y todo lo que ello representa está en riesgo.
De seguir así, el profundo abismo que se ha abierto y que se sigue alimentando nos llevará a la derrota como sociedad y como raza. Unidos somos fuertes, divididos fracasamos. El momento es ahora; lo que plantea este reto no es minúsculo en lo más mínimo y requiere de hombres y mujeres con la visión, el compromiso y la capacidad de vislumbrar que, a la altura a la que nos comportemos hoy ante la desgracia y la incertidumbre, incidirá en el mañana, será ejemplo en las generaciones venideras, en nuestros hijos y en sus hijos, siendo un legado que marcará el rumbo de nuestro planeta.