Como hemos comentado en este espacio, la revolución de la inversión de impacto se engarza con otros factores promisorios para el clima de inversión en 2021 y la década de los 20, como tasas de interés y rendimientos reales a la baja, revolución digital acelerada y cambio climático.
Como elementos subyacentes, en el ámbito corporativo ya tenía lugar un proceso de sensibilización e incipiente adaptación, junto con una creciente presión social y gubernamental. Además, está en la esencia de la economía de mercado y de la empresa encontrar oportunidad en los desafíos y las transformaciones. Sobre todo, no hay de otra. Business as usual es insostenible para el mundo tanto como para los negocios.
De hecho, cada vez más, consumidores e inversionistas se alejarán de empresas que, por ejemplo, no reduzcan sus emisiones de efecto invernadero o discriminen por razones raciales, de género u orientación sexual. Más allá de la “mala prensa”, perderán mercado, su financiamiento será más caro y tendrán más dificultades con proveedores y para reclutar y retener talento. Mientras, otros avanzarán al sintonizarse con las necesidades y las esperanzas de nuestro tiempo.
Los empresarios solemos quejarnos de que los gobiernos no sólo no resuelven los problemas, sino que, parafraseando la famosa sentencia de Reagan, frecuentemente son el problema. Suena “neoliberal”, pero cómo no hacerlo ante las respuestas a la pandemia de gobiernos como el estadounidense de Trump o el mexicano.
Pero quejarse es poco productivo. Parafraseando a otro presidente estadounidense, Kennedy, tendríamos que preguntarnos qué haremos nosotros por nuestro país y por el mundo.
No sólo asegurarnos de no ser parte del problema, sino producir soluciones. Llevar a la práctica la concepción de la empresa como agente de cambio social positivo. Que esa premisa esté en la visión organizacional y, de hecho, en su modelo de negocio para generar rendimiento y valor.
Es el paso del enfoque ESG de responsabilidad ambiental, social y de gobernanza, al que busca proactivamente un impacto positivo. La base del Triple Bottom Line y sus tres P: personas, planeta y utilidad (profit). Lo mismo, de la histórica declaración de 2019 de la Business Roundtable por el compromiso de un nuevo estándar corporativo: de la primacía de la utilidad del capital al capitalismo de stakeholders, clientes, empleados, proveedores, comunidades y accionistas. Más aún, del “cuádruple beneficio”, que incorpora una proyección humanista, como en el movimiento B Corp y su modelo de negocio que balancea rentabilidad y propósito social trascendente.
No conozco definición más clara de la inversión de impacto que hacer negocio haciendo el bien. Así la promueve la Fundación Rockefeller, con un llamado muy concreto: globalmente hay unos 300 trillones de dólares en activos de inversión; si canalizamos el 1% a inversiones con beneficio social y ambiental podría cubrirse la brecha de financiamiento pendiente para los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU.