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Apagón de la razón

Estos apagones deberían verse como señales de alarma de las consecuencias de pelearse contra la realidad y la lógica, opina Rodrigo Villar.
sáb 20 febrero 2021 12:04 AM

(Expansión) - Usar al cambio climático como una de las justificaciones de los apagones en México es inaceptable. Tanto como recurrir al contradictorio concepto de soberanía energética que se maneja o al fantasma del neoliberalismo para evadir la realidad y la responsabilidad ante el corto circuito eléctrico, económico y ambiental al que vamos de la mano de una política energética que no podría ser más irracional e inoportuna.

Generalmente, los científicos se resisten a atribuir al cambio climático la causa de un evento en particular, sea un huracán o las temperaturas gélidas que están detrás de las interrupciones en el suministro de gas natural texano. Hay coincidencia en que los fenómenos extremos serán más frecuentes, pero una cosa es el estado del tiempo y algún incidente atípico y otra el clima, tema más bien de promedios de horizonte largo.

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Sin embargo, eso no exime de la necesidad de actuar ante los desafíos reales, que no van a desaparecer sólo con narrativa y rollos.

Estos apagones deberían verse como señales de alarma de las consecuencias de pelearse contra la realidad y la lógica.

Como en todo el mundo, tendríamos que seguir una ecuación simple: mayor demanda energética / mayor restricción climática = más inversión. Es decir, generar más energía, con menor huella de carbono.

Es la fórmula de la transición energética, donde el gas natural es fundamental: mucho menos sucio que el combustóleo o el carbón, y con la tecnología de ciclo combinado, más competitivo en costo y puente ideal hacia una matriz neutra en carbono, barata, renovable y sustentable. Para todo eso hay ríos de dinero en el mundo, prestos para invertir, además de tasas de interés ultra bajas.

La iniciativa presidencial preferente de contrarreforma eléctrica lleva la fórmula inversa: mayor restricción a la generación / mayor indulgencia para la contaminación = desinversión.

Inevitablemente: costos al alza, que la ciudadanía pagará en las tarifas o con cargo al erario para mantener los subsidios. Además, obsolescencia acelerada de la infraestructura y mayor presión a su capacidad y resiliencia (más apagones).

Sin olvidar la factura para nuestros pulmones y contra el planeta por el incumplimiento de los compromisos del Acuerdo de París. ¿Vale la pena todo esto por una obsesión político-ideológica?

1. Adiós al Mercado Eléctrico Mayorista, donde el principio es que la energía más barata entre primero a la red: ahora, por decreto llevaría mano la CFE, incluso con el veneno del combustóleo antes que la generación solar y eólica, que cuesta cinco veces menos.

2. Adiós a las subastas para cubrir el aumento de la demanda con la oferta más competitiva.

3. Adiós al incentivo para el desarrollo renovable por las dos razones anteriores y el desfondamiento de los Certificados de Energía Limpia.

4. Adiós a inversiones vigentes y potenciales –no sólo en el sector energético, sino en general– tanto por mayores costos de producción como por el mensaje contra la certidumbre jurídica, de violación a nuestros tratados internacionales y a principios legales tan básicos como la no retroactividad.

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Todo eso está en el trasfondo del problema del gas natural, del que hoy depende más del 60% de la electricidad en México y un porcentaje mayor de la energía calorífica que usamos en la industria y los hogares.

El 70% del consumo nacional viene de fuera, casi todo de Estados Unidos, afortunadamente con precios muy baratos y que difícilmente podríamos lograr localmente (máxime con el fracking prohibido). Como la infraestructura de almacenamiento es mínima, las reservas no alcanzan ni para dos días, cuando en países de Europa, aún más dependientes de la importación, rondan los 100 días. ¿Es culpa de la “privatización”? Al contrario.

La causa primordial de esa precariedad es precisamente que la inversión ha sido insuficiente. Con la reforma del 2013 al menos había margen para corregir esos problemas con recursos y tecnología de todo el mundo, que no tienen ni Pemex ni CFE; incluso había planes caminando para producción de gas no convencional.

Por supuesto, fueron desechados, como tantas cosas simplemente por ser “del periodo neoliberal”, y se procedió a acosar y poner trabas hasta a proyectos en marcha de almacenamiento, gasoductos o regasificación. A cambio, ninguna estrategia alternativa.

Hay varias opciones para superar la precariedad. Es cuestión de visión y pragmatismo: lo importante es contar con más energía, a menor costo económico y ambiental. Eso es más efectivo para la soberanía energética que la obstinación política, y quizá nunca encontraremos mejor timing para atraer inversión, sea en infraestructura gasífera o inclusive para producir hidrógeno verde, el potencial sustituto del gas, con electrolizadores que aprovechen los excedentes de las renovables, o instalar mega baterías de iones de litio para almacenar carga, lista para picos de demanda. Hay una carrera global en ese sentido.

Si en México la respuesta a estas emergencias y al destino que nos está alcanzando es demagogia y, en sentido opuesto al mundo, imponer una legislación anticonstitucional para, básicamente, reciclar termoeléctricas obsoletas, lo primero es resistir el apagón racional justamente con los recursos de la razón, el derecho y el civismo.

Nota del editor: Rodrigo Villar es un emprendedor social y Socio Fundador de New Ventures, donde busca transformar la manera tradicional de hacer negocios y crear un nuevo modelo empresarial que perciba el impacto como status quo. Cuenta con un MBA del Royal Melbourne Institute of Technology y estudió la carrera de Contabilidad y Administración Financiera por el Tecnológico de Monterrey. Síguelo en Twitter y/o en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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