Además, la Reserva Federal llevó desde el año pasado las tasas de interés de corto plazo a casi 0% e implementó otras medidas (compras de activos) para fomentar al crédito. Por último, las medidas de alivio fiscal implementadas en el pasado, y que posiblemente se extenderán, han puesto en los bolsillos de los hogares estadunidenses una enorme cantidad de recursos.
Por otro lado, la producción de bienes y servicios lucha por ponerse al corriente con la demanda, pues todavía enfrenta retrasos en la proveeduría de insumos, parones para sanitizar plantas u ocasionados por eventos climáticos extremos, y dificultades para atraer a trabajadores, que gozan de altos beneficios por desempleo.
Lo anterior implica un desbalance entra oferta y demanda, que se puede acentuar en cuanto se relaje el confinamiento y las personas salgan a gastar esos ahorros extraordinarios, pues es más rápido consumir que producir. Por ley de oferta y demanda, esto tendría que detonar un alza en los precios de los bienes y servicios, al menos en lo que la oferta “empata” a la demanda.
Entonces, se argumenta, que para evitar que la inflación se descontrole, la Fed tendría que retirar el apoyo monetario, es decir, subir las tasas de interés de corto plazo. En cuanto a las tasas de largo plazo, estas reaccionan menos a las acciones de la Fed, pues en ellas empiezan a cobrar mayor relevancia otros factores, como el “premio” por la inflación esperada.
Si la inflación esperada es mayor, esto quiere decir que el dinero perderá más poder adquisitivo mientras más nos tardemos en gastarlo, por lo que los inversionistas exigirán un mayor “premio” por postergar su consumo, es decir, una mayor tasa de interés.
Aunque la rápida recuperación económica es bienvenida por los mercados accionarios, pues esto se traduce en más ingresos futuros para las compañías, no hay que olvidar que, cuando son traídos a valor presente, esos ingresos se descuentan con base en las tasas de interés, usualmente las de largo plazo.