En la actualidad es preciso que existan líderes destacados y seguir formando personas con el talento para que se conviertan en los líderes del mañana, que tengan una alta congruencia y determinación para lidiar con múltiples circunstancias, pero, sobre todo, con una gran flexibilidad para regularse y saber gestionar su propio estado de ánimo para enfrentarse a escenarios cambiantes e inciertos que cada vez serán una constante.
Líderes con la capacidad de guardar la calma para acallar los miedos de las nuevas amenazas que puedan surgir y la inteligencia para pensar con claridad, para no perder la perspectiva con un trato cálido y humano, que les permita tomar las mejores decisiones con agilidad.
Sobra decir que nunca serán actividades sencillas las que desempeñarán los líderes, pues tras de sí llevan no solo el logro financiero y la estabilidad de las organizaciones que representan, también son responsables del bienestar y cuidado de todas las personas que depositan su confianza en ellos, así como su recurso más preciado, es decir el tiempo que invierten en su trabajo día a día.
Ahora bien, ¿cómo lograr que estos líderes sean congruentes, que cuenten con el aplomo suficiente para autorregularse, ser flexibles y empáticos? Lo primero que se requiere evaluar es que además de poseer una aguda inteligencia cognitiva y afinidad por los retos, deberán tener una genuina vocación y voluntad de ayudar a los demás, de ver por el cuidado de la gente y por la propia vida, ya que paradójicamente con tantos desarrollos tecnológicos e inmediatez en la comunicación, el nivel de soledad va en aumento, debido al hecho de que hay una tendencia hacia lo virtual por encima de lo real.
Como consecuencia se dan relaciones superficiales, con poca convivencia física entre los grupos de trabajo (muchos de ellos internacionales), así que, los futuros líderes deberán ser observadores agudos del comportamiento humano para lograr conectar y vincular a los miembros de su equipo a través de nuevas culturas organizacionales que rescaten la parte inherente a todo ser humano, como el sentirse aceptados y apreciados con una misión trascedente que los haga levantarse cada día a dar lo mejor de sí, es decir, inspirarlos.
A partir de esta última afirmación, podemos concluir que los grandes líderes del futuro no serán determinados solo por la jerarquía dentro de su empresa, producto de una promoción o una nueva contratación, sino por el involucramiento y la pasión con la que trabajan con las personas (quienes realmente dan vida a cada organización) acrecentados por un trato humano, justo y honesto hacia todos los niveles de la compañía, ya que entienden que cada uno de los miembros de sus equipos son eslabones indispensables y valiosos para el buen funcionamiento de sus empresas. Como respuesta, y de forma recíproca, lograrán que la misma organización los siga y les crea, pero, sobre todo, que confíe en ellos.