Pongamos las cosas en contexto. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, repeló con todo su ser la presidencia caótica, excéntrica, unilateral y de tinte imperial de Donald Trump, el inquilino de la Casa Blanca que se convirtió en un autócrata en la democracia más consolidada del mundo, aquel que fomentó el golpe al Capitolio, la jornada inédita que atacó los pilares democráticos el pasado 6 de enero.
Con esto en mano, el presidente demócrata ha remarcado una y otra vez que “nuestra generación será marcada por la competencia entre democracias y autocracias”. Por ello, una de sus propuestas en campaña ha sido la de fortalecer la coalición de democracias liberales en el mundo y convocar a una cumbre internacional en torno a la salud de las democracias.
Entonces ¿será Estados Unidos el contrapeso que México necesita para frenar la deriva antidemocrática de AMLO? Por el momento, y dadas las circunstancias actuales, se antoja improbable que Washington apriete este botón de enorme sensibilidad para el gobierno mexicano y de la llamada cuarta transformación. La respuesta está anclada a razones de política interna de Estados Unidos.
Recordemos que al finalizar sus primeros 100 días de gobierno, Joe Biden obtuvo su peor rubro evaluado en materia migratoria por las cifras récord de detenciones en su frontera sur que registraron su mayor nivel en 20 años, aunado a la explosión no vista de la crisis de niños migrantes no acompañados; justamente el esfuerzo de la disuasión migratoria que le roba el sueño de cara a las elecciones intermedias de noviembre del 2022.
Es la visita de Kamala Harris a Palacio Nacional la que se produce cuando la encomienda republicana y trompista culpa directamente al ticket Biden-Harris de engendrar la crisis fronteriza y de propagar las fronteras abiertas y porosas, a raíz de la mutación del enfoque demócrata, cuya inclinación favorece un sistema migratorio más compasivo y comprensivo. Es esta coyuntura la que favorece al presidente AMLO, porque su margen de maniobra se verá ensanchado en el marco de la relación bilateral.
Precisamente la Casa Blanca no tiene ningún apetito de encolerizar, disgustar o incomodar a AMLO. Lo necesitan. Por ello, su interés estará guiado en función de exhibir el músculo del control de la frontera sur, a propósito de minimizar los ataques políticos en contra del presidente de Estados Unidos en ese rubro.
En otras palabras, la Unión Americana no será el contrapeso anhelado para frenar al “falso mesías” del que habla la revista The Economist. Al menos, no en este momento. Debemos esperar a que se apacigue la crisis migratoria.