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Por qué un voto útil

La insistencia en descalificar y apostar por la imposición, aun a costa de vulnerar el Estado de derecho, es un escenario altamente probable si se endosa un cheque en blanco, considera Rodrigo Villar.
mié 02 junio 2021 11:59 PM

(Expansión) - A mucha gente que asiste a foros de emprendimiento e inversión de impacto, como el FLII de la semana pasada, le llama la atención que, a pesar de involucrarnos en retos como la pobreza, la inequidad de género o el deterioro ambiental, se habla muy poco de política, aun en tiempos de politización extrema.

Hay una proclividad a evitar discusiones generalmente improductivas y capaces de distanciarnos de personas con las que compartimos muchas cosas y podemos trabajar en equipo. Además de cierto realismo instintivo contra la decepción y el hartazgo.

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He dedicado gran parte de mi vida a conocer a emprendedores, pero nunca deja de sorprenderme su capacidad para generar soluciones efectivas a desafíos ante los que gobiernos y políticos, con todos sus recursos, parecen impotentes y usualmente son parte del problema. Sin embargo, abstraerse por completo, como si la política no fuera más que eso, es un error: autoexclusión y, por tanto, otra forma de evasión de la realidad.

Sobre todo, la política no puede ser sólo lucha por el poder y espectáculo de calidad decreciente. Incluso etimológicamente, debe ser espacio de los ciudadanos para, desde el reconocimiento de las diferencias, llegar a acuerdos de manera civilizada y generar soluciones para el bien común. Algo demasiado importante como para delegarlo, sin más, a los políticos. Máxime en una coyuntura como la que hoy vivimos en México.

Hay momentos en que el involucramiento ciudadano resulta crítico, que nos exigen definición: la disyuntiva en que nos colocan los comicios del 6 de junio lo es. Aquí va una postura, como propuesta que estimo coherente con el ethos del emprendimiento de impacto y la responsabilidad social empresarial.

Primero, hay que reconocer lo mal que estamos, más allá de los problemas que ya arrastrábamos y persisten de violencia, pobreza o corrupción. Lo nuevo es la polarización creciente propiciada por el gobierno y el juego que le hace la mayor parte de los políticos, incluyendo los de oposición, sin disposición ni propuestas para salir de la crispación, mucho menos ideas y compromisos sobre el resto de los desafíos de la gente y del país.

Por esa vía sólo iremos a más deterioro y conflicto en los próximos meses y años, y hacia el 2024 sería peor. Por eso es preciso cambiar los términos del debate público, y somos los ciudadanos los que podemos hacer ese milagro, poniendo sobre la agenda pública los temas, las ideas y las soluciones que hoy están perdidos entre la estridencia y la confrontación. Sobre esas líneas habría que orientar nuestra elección este domingo.

El dilema es muy claro, como de hecho lo postulan ambos polos del espectro político: refrendar, o no, la mayoría en la Cámara de Diputados con la que ha contado el presidente López Obrador. Esta es la pregunta fundamental, más allá de la aceptación o el rechazo de su gobierno, ya sea su narrativa o los resultados: ¿conviene extender ese poder ampliado, que no tenía ningún mandatario desde hace un cuarto de siglo, u optar por el voto útil en favor de los contrapesos, las contenciones y las coberturas preventivas?

Quitamos amarras a una notoria voluntad de empoderamiento, porque sus fines justificarían los medios y la concentración, o la acotamos, considerando los riesgos para la división de poderes y la democracia. Mi convicción es que la opción responsable es la segunda, frente a un movimiento y un liderazgo que tienden a asumirse como poseedores exclusivos de la legitimidad y la iniciativa social, en vez de entenderse como parte de un Estado y una pluralidad nacional que los trascienden y les demandan conciliar y coordinarse.

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La insistencia en descalificar y apostar por la imposición, aun a costa de vulnerar el Estado de derecho, es un escenario altamente probable si se endosa un cheque en blanco. Por loables que sean sus causas, y aunque fuese real la superioridad moral pregonada, conviene establecer controles democráticos.

Me gusta la forma en que fraseó el dilema del voto útil la analista Solange Márquez en una columna al respecto: más que premiar o castigar, vayamos a las urnas a acotar; obligar al poder a someterse a las leyes y a dialogar con suficiente representación de la oposición en el Congreso. ¿Ésta es una congregación de santos? No, como tampoco la fuerza hegemónica actual: razón de más para los contrapesos.

Los riesgos se inscriben en la naturaleza humana, como previene el famoso aforismo de Lord Acton: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Buscando referencias, encontré otra perfecta para la ocasión, que recupera el historiador experto en fascismo Emilio Gentile: “Para que no pueda abusarse del poder, hace falta que el poder ponga freno al poder”. Lo dijo Montesquieu, el gran teórico de la división de poderes, en el Siglo XVIII.

¿Por qué el voto útil en el México del 2021? Precisamente para contrapesar y forzar al poder, incluyendo a la oposición, a dar oportunidad al diálogo y al acuerdo. Con esa base, desde el lunes 7 de junio, tratar de darle vuelta a la página a ese divisionismo que, de persistir, no hará sino exacerbar los problemas sobre los que, al menos, deberíamos tener la capacidad de hablar sin descalificaciones de entrada.

Nota del editor: Rodrigo Villar es un emprendedor social y Socio Fundador de New Ventures, donde busca transformar la manera tradicional de hacer negocios y crear un nuevo modelo empresarial que perciba el impacto como status quo. Cuenta con un MBA del Royal Melbourne Institute of Technology y estudió la carrera de Contabilidad y Administración Financiera por el Tecnológico de Monterrey. Síguelo en Twitter y/o en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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