He dedicado gran parte de mi vida a conocer a emprendedores, pero nunca deja de sorprenderme su capacidad para generar soluciones efectivas a desafíos ante los que gobiernos y políticos, con todos sus recursos, parecen impotentes y usualmente son parte del problema. Sin embargo, abstraerse por completo, como si la política no fuera más que eso, es un error: autoexclusión y, por tanto, otra forma de evasión de la realidad.
Sobre todo, la política no puede ser sólo lucha por el poder y espectáculo de calidad decreciente. Incluso etimológicamente, debe ser espacio de los ciudadanos para, desde el reconocimiento de las diferencias, llegar a acuerdos de manera civilizada y generar soluciones para el bien común. Algo demasiado importante como para delegarlo, sin más, a los políticos. Máxime en una coyuntura como la que hoy vivimos en México.
Hay momentos en que el involucramiento ciudadano resulta crítico, que nos exigen definición: la disyuntiva en que nos colocan los comicios del 6 de junio lo es. Aquí va una postura, como propuesta que estimo coherente con el ethos del emprendimiento de impacto y la responsabilidad social empresarial.
Primero, hay que reconocer lo mal que estamos, más allá de los problemas que ya arrastrábamos y persisten de violencia, pobreza o corrupción. Lo nuevo es la polarización creciente propiciada por el gobierno y el juego que le hace la mayor parte de los políticos, incluyendo los de oposición, sin disposición ni propuestas para salir de la crispación, mucho menos ideas y compromisos sobre el resto de los desafíos de la gente y del país.
Por esa vía sólo iremos a más deterioro y conflicto en los próximos meses y años, y hacia el 2024 sería peor. Por eso es preciso cambiar los términos del debate público, y somos los ciudadanos los que podemos hacer ese milagro, poniendo sobre la agenda pública los temas, las ideas y las soluciones que hoy están perdidos entre la estridencia y la confrontación. Sobre esas líneas habría que orientar nuestra elección este domingo.
El dilema es muy claro, como de hecho lo postulan ambos polos del espectro político: refrendar, o no, la mayoría en la Cámara de Diputados con la que ha contado el presidente López Obrador. Esta es la pregunta fundamental, más allá de la aceptación o el rechazo de su gobierno, ya sea su narrativa o los resultados: ¿conviene extender ese poder ampliado, que no tenía ningún mandatario desde hace un cuarto de siglo, u optar por el voto útil en favor de los contrapesos, las contenciones y las coberturas preventivas?
Quitamos amarras a una notoria voluntad de empoderamiento, porque sus fines justificarían los medios y la concentración, o la acotamos, considerando los riesgos para la división de poderes y la democracia. Mi convicción es que la opción responsable es la segunda, frente a un movimiento y un liderazgo que tienden a asumirse como poseedores exclusivos de la legitimidad y la iniciativa social, en vez de entenderse como parte de un Estado y una pluralidad nacional que los trascienden y les demandan conciliar y coordinarse.