El presidente vuela en clase económica. A pesar de ser el hombre más atareado de México, AMLO no pierde los vuelos. Además, no ha tenido que pedir que posterguen un despegue porque va tarde. Pero sí ha pedido la renuncia de al menos una que se atrevió a hacerlo.
Aunque se deje llevar por cualquier aerolínea, el presidente es un controlador que obsesivamente ordena los despegues y aterrizajes de cuánto actor y factor político de este país. Desde su Torre en Palacio Nacional, es su voluntad dirigir todas las pistas. Desde el micrófono de la mañanera, abre y cierra pistas. También le place tener el mando de naves que no están bajos sus órdenes; quiere ser el Capitán de la Suprema Corte, de los Órganos Constitucionales Autónomos. Aspira a trazar el plan maestro del Universo.
En el Derecho eso se logra reordenando la Constitución, pero al menos durante la mitad de su mandato ya no lo hizo. Por tres años, como quienes cruzan cielos turbulentos, nos tuvo con el Jesús en la boca porque de pocas naves no era comandante.
En principio, con un control remoto, tomó la dirección de los órganos autónomos del sector energético y los derribó a sus pies. No queda ni el polvo de lo que alguna vez fueron la CRE y la CNH. En el Congreso, ocupó un número abrumador de asientos. Por tres años, las reformas Constitucionales se veían venir, como pájaros que atascarían las turbinas de la nave que se iría de picada.
Pero nada, el Capitán de Capitanes sí nos metió en grandes nubarrones con rayos y centellas, pero sus cambios no llegaron a altitud de crucero. Reformó, entre otras, la Ley de la Industria Eléctrica, la Ley de Hidrocarburos pero, entre sacudidas, los jueces hicieron al presidente tragar tierra con decenas de suspensiones. La industria energética, hasta el momento, se ha salvado de haberse montado en un vuelo redondo, cuyo destino, coincide con su inicio: los monopolios de Pemex y CFE.
Qué extraño país tripula AMLO. Por décadas, no se pudo reformar la Constitución en materia de energía porque no era políticamente viable. Hasta 2013, no era imaginable una iniciativa de reforma Constitucional en materia de energía que no reventara en la puerta del Congreso. Después, casi inexplicablemente, se pudo.