Y lo que hay es predeciblemente inconstitucional. Vamos, aunque todos hagamos declaratorias de inconstitucionalidad, los abogados sabemos que ningún acto jurídico lo es hasta que así lo declara un juez competente.
Mas aún, hay que prever que se combata por algún medio de control constitucional y que si prevalece la independencia judicial, no lo resistirá. Más aún, en la inteligencia de que esta iniciativa provenga realmente de Manuel Bartlett, quien es un abogado competente, no se entiende bien para qué la propuso en lugar de un cambio constitucional.
Este último, si siguiera el debido proceso, quedaría inscrito casi en piedra. Entonces, con buenas probabilidades de pasar tal cual por el órgano reformador de la Constitución, ¿por qué cambiar la ley para solo sembrar pólvora en infiernillos?
Sospechamos que esta iniciativa, como muchos malabares Bartlettianos, son conatos de explosión: como en las caricaturas, se prende la mecha, se detona el escándalo interno, pero también con nuestros socios comerciales en el extranjero. Luego, habrá un azotón de puertas, reuniones en el Olimpo y se llega a un acuerdo, que nadie sabe con certeza cómo se alcanzó.
Ese es un escenario posible y ya vivido. Recordemos la encerrona con los transportistas de gas natural en la que Slim fue la voz cantante. Otro escenario es que llegue a tribunales; que en el Senado se junte el 33% del quórum para la acción de inconstitucionalidad y que en la Suprema Corte reviente la iniciativa.
Ese es otro escenario posible y así pasó con el ahora finado Acuerdo de Confiabilidad. Mientras tanto, el presidente y Bartlett, su Rasputín, habrán logrado lo que seguramente se propusieron desde un principio: encebollarle el hígado a la inversión y golpearse el pecho como lo hiciera un gorila de 300 kgs.
Con una iniciativa jurídicamente tan coja es cuestionable que de verdad haya una voluntad de cambiar el régimen jurídico vigente. Lo que se quiere es molestar.
Por otra parte, también es llamativa la doble moral de las legiones de los que hoy se ostentan como defensores a ultranza del régimen de competencia y del medio ambiente. En general, el sector industrial mexicano nunca, pero nunca, ha propiciado ésta y menos ha rendido veneración a la Pacha Mama.