Es evidente que como país seguimos enfrentando un gran rezago en cuestiones de alfabetización, pero aunado a esto habría que considerar también otro concepto interesante que es el analfabetismo funcional, el cual, de acuerdo a la UNESCO, se refiere a personas que, si bien saben leer y escribir, son incapaces de utilizar de manera eficiente estos conocimientos al servicio de su propio desarrollo y el de la comunidad.
Un ejemplo de ello son las Tecnologías de la Información y Comunicaciones (TICs) que hoy se han vuelto algo esencial, no sólo para el mundo laboral, sino también para la educación y la vida cotidiana.
Si definimos la alfabetización como el acto de enseñanza y la capacidad adquirida por el sujeto para obtener una instrucción básica y esencial para integrarse a la sociedad, esto me lleva a reflexionar que para que una persona pueda progresar en el mundo actual, debe contar con conocimientos adicionales, ya sea el dominio de informática o de otro idioma más allá del propio, por citar algunos ejemplos, y que son conocimientos que el mercado laboral actual exige.
Es aquí cuando aparecen nuevos conceptos como el de la alfabetización digital, relacionada a la enseñanza del uso de computadoras, de la tecnología y del Internet, del que hay que reconocer, en México todavía existe un importante rezago.
La interactividad, los flujos de información, la virtualidad son atributos de las TIC, y el presente ya no se concibe sin tales herramientas tecnológicas. La utilización de las TIC se convierte en algo cotidiano y el conocimiento de su uso en algo casi imprescindible, por lo que el “analfabetismo digital” empieza a ser una categoría con connotaciones negativas para el desarrollo de muchas actividades laborales, e incluso para las relaciones sociales.
Los conocimientos en tecnologías de la información pasan a ser un recurso vital e imprescindible para el desarrollo de los individuos, las organizaciones, y de la sociedad en general.
Con todo esto, nace también otro concepto importante e interesante, la “brecha digital” que se define como la separación que existe entre las personas que utilizan las TIC como una parte rutinaria de su vida diaria y aquellas que no tienen acceso a las mismas y que, aunque las tengan no saben cómo utilizarlas.
Y es aquí donde me quiero detener, ya que los individuos no debemos caer en el falso entendimiento de que, porque manejamos una computadora, entramos a internet o tenemos un celular inteligente somos tecnológicamente competentes.
Vale la pena preguntarnos si nuestra funcionalidad tecnológica nos lleva a utilizar de manera eficiente estos conocimientos al servicio de nuestro propio desarrollo y el de la comunidad.
De igual manera, las empresas no deben asumir que porque proveen a sus colaboradores de computadoras y realizan con ellas algunas funciones básicas de su negocio son digitalmente competentes y efectivas ante su entorno y contexto. Hoy más que nunca la utilización eficiente de las TIC podrá marcar una diferencia vital en su operación.