En el siglo XXI, la medicina es capaz de evitar morir por una infección producto de una herida de la piel; lo mismo que podemos viajar en avión para visitar sitios remotos; y es habitual acceder a un universo inmenso de información con un solo clic. Ciertamente, el progreso es tangible.
Sí, la historia es cambio, pero quizá nunca en la historia habíamos experimentado una dinámica de cambio tan acelerada como la que se observa en la era contemporánea. Las redes sociales, el comercio electrónico, y la inteligencia artificial han revolucionado por completo la actividad humana en ámbitos tan diversos como la educación, los negocios, y el entretenimiento.
Algunos académicos y autores como Yuval Noah Harari o Peter Diamandis sostienen que la frenética pulsión transformadora no hará sino intensificarse en las décadas por venir. Sin duda, estamos por presenciar un cambio de era, que no una era de cambio. En este contexto, la disrupción jurará un papel fundamental.
En palabras simples, una disrupción de mercado se da cuando una tecnología novedosa compite con una tecnología preestablecida, siendo que la primera busca ganar terreno, mientras que la segunda domina el sector en cuestión. Pongamos como ejemplo la enorme industria de fabricación y venta de velas para iluminar hogares y edificios anterior al uso extendido de la energía eléctrica -hacia las primeras décadas del siglo pasado-.
En un comienzo, la corriente de electricidad estaba reservada para una élite muy reducida por su elevado precio. No obstante, conforme la tecnología se fue sofisticando y se creó la infraestructura apropiada, el acceso se volvió universal rápidamente. La disrupción se da cuando una tecnología novedosa desplaza y torna obsoleta a la opción otrora dominante por ser mucho más eficiente e incluso más económica.
Pues bien, es evidente que, como generación, nos tocará ser testigos de múltiples disrupciones a lo largo de nuestras vidas. En particular dos de ellas -relacionadas con la energía, por cierto- se encuentran en gestación y serán una realidad más temprano que tarde.
Por un lado, los automóviles eléctricos continúan mejorando en cuanto a funcionalidad y competitividad en precios se refiere. Hace unos pocos años, resultaba más económico comprar un coche con motor de combustión interna que adquirir un vehículo eléctrico.
Empero, conforme la tecnología avanza, los costos de fabricación se reducen; pronto será más barato tener un coche eléctrico por su razonable precio de compra, así como por el ahorro en carga de combustible. Desde luego, los beneficios ambientales serán un gran plus.
En otro caso, la energía solar se ha vuelto una alternativa viable para la industria, así como para consumidores domésticos. Además de ser amigable con el medioambiente, los precios de los paneles solares han disminuido drásticamente en la última década.
Por tanto, esta innovación amenaza con dejar en el olvido a la energía por corriente eléctrica a la que estamos habituados- aquella que antaño desplazó a las velas y los quinqués-.