Considero que parte de la desorientación de algunos empresarios y profesionistas, así como la escasa motivación por innovar de muchas organizaciones, y el aborto prematuro en un sinfín de proyectos de emprendimiento, tienen que ver con la pobre noción que aún se extiende respecto del fracaso.
El dinamismo implacable del mundo contemporáneo nos ofrece una construcción de la realidad dentro de la cual todo debe llevarse a cabo de manera inmediata. Acceder a información con un buscador en Internet; comprar productos en línea con un solo clic; enviar mensajes instantáneos mediante plataformas digitales; por mencionar unos ejemplos.
En la era del siglo XXI nos hemos acostumbrado a las ventajas de la hiperconectividad, al tiempo que restamos, casi sin darnos cuenta, nuestra capacidad de postergar la recompensa.
Desde luego, el riesgo consiste en que cada vez a las generaciones jóvenes les cueste más trabajo tolerar la frustración ante elevadas expectativas de inmediatez, ya no únicamente en el plano virtual, sino en cualquier actividad de desempeño.
Y es que el éxito no suele llegar enseguida, sino que se construye con tiempo y sacrificio. Basta consultar las biografías de los personajes más célebres para corroborar esta afirmación. ¿Cuántas veces fracasó Jack Ma de Alibaba antes de convertirse en uno de los empresarios más ricos del planeta? ¿En cuántas ocasiones J.K. Rowling fue rechazada por casas editoriales antes de publicar Harry Potter? Las respuestas nos sorprenderían.
Claro está que, si no se dispone de la habilidad necesaria para reponerse a situaciones adversas, el éxito jamás llegará. Los obstáculos son inevitables y solo quien ve en ellos oportunidades para fortalecerse tiene madera de líder y emprendedor. A esto se le llama resiliencia.
Los atajos no existen cuando hablamos del camino al éxito; quien toma senderos obscuros de la mano de trampas, actos desleales y conductas antisociales, quizá obtenga un reconocimiento o satisfacción efímeros, pero su supuesto éxito no será sostenible.
Fracasar no solo es parte del éxito, sino que los contratiempos eventuales se tornan precisamente en grandes maestros cuyas lecciones fortalecen a quienes saben aprovecharlas. Por el contrario, entender el fracaso como una condición irreversible es potencialmente letal para un emprendedor en ciernes o una organización emergente.
El expresidente y líder sudafricano, Nelson Mandela, solía repetir con firmeza: “yo nunca pierdo; o gano o aprendo; gano cuando las cosas salen según lo planeado, y aprendo cuando me doy cuenta de que estaba equivocado”. Por supuesto, es posible y deseable aplicar la sabiduría de Mandela en nuestro día a día; es cuestión de enfoque.