Los detractores de Morena ven el vaso medio vacío, pues fue un ejercicio estéril al no cumplir los requisitos. Aunque no haya un vencedor definitivo, quienes pierden ni siquiera son los jugadores.
Hace unos días escribí un texto que analizaba el proceso de revocación de mandato en otras partes del mundo , particularmente Venezuela y Bolivia, por el paralelismo que tienen con la iniciativa de López Obrador. En los tres casos, el mandatario fue quien convocó la consulta ciudadana, no en un ejercicio democrático, sino como un mecanismo para validar su popularidad.
López Obrador esperaba replicar el éxito inicial que tuvieron sus homólogos latinoamericanos con una participación y una aprobación avasalladoras. La segunda sí se cumplió, pero su efecto es nulo sin tener la primera. México rompió el patrón porque a diferencia de los ejemplos venezolano y boliviano, donde la participación fue cercana al 70%, en México apenas llegó al 18%.
Al considerar que en 2018 López Obrador recibió 31 millones de votos para arrasar con las elecciones presidenciales, los 14 millones de votos que recibió su permanencia en la consulta ciudadana del 10 de abril pierden peso. La revocación de mandato requiere el 40% de participación – es decir, 38 millones de electores – para ser efectiva.
Al sólo reunir 15 millones de votos, sumando los positivos, negativos y nulos, el resultado es cero, ya que no es vinculante. Se gastaron cerca de 2,000 millones de pesos, horas de servicio de los funcionarios del Instituto Nacional Electoral (INE) y otros recursos en la propaganda y la realización de una consulta con un resultado estéril. No obstante, las implicaciones de este resultado traerán ganancias y repercusiones más adelante.
No repetir los errores de los otros países latinoamericanos es un alivio. Los triunfos que obtuvieron Chávez y Morales en su momento los dotaron de más fuerza y aliento para poner en marcha políticas más radicales y postergar sus mandatos al sentirse respaldados por el pueblo.
A pesar de haber recibido 90% de los votos en su favor, López Obrador no debe asumir que la mayoría del país lo apoya cuando más de 8 de 10 electores no acudieron a las urnas. Sin embargo, las ganancias aparentes se compensarán con las amenazas que acorralarán a las instituciones democráticas.
Las reacciones inmediatas a los resultados por parte del presidente y su partido eran esperadas: celebrar el éxito de los votos y culpar al INE por el fracaso del ejercicio. Lo preocupante es el alcance de la narrativa demagoga.
Debe asustarnos que en la conferencia de prensa del día posterior a la consulta el presidente arremeta contra el INE y asegure que con una reforma electoral realizarán cambios que debilitarán al instituto que regula las elecciones; institución que le otorgó el triunfo al mismo López Obrador.