Alta inflación, bajo crecimiento económico y falta de certidumbre en lo que pudiera suceder en la economía en lo que queda del año, han generado un escenario propicio para la incertidumbre, incentivando a los inversionistas a buscar activos de refugio, como los bonos del Tesoro o el dólar. Si bien no hay señales de que este “cripto crash” haya afectado a la economía real, este suceso debe de llevar a la reflexión y debate sobre las promesas y expectativas que generan las criptomonedas.
Las criptomonedas son activos digitales que usan un cifrado criptográfico para garantizar su titularidad y asegurar la integridad de las transacciones. No tienen la consideración de medio de pago, no cuentan con el respaldo de un banco central u otras autoridades públicas y no están cubiertas por mecanismos de protección al cliente. Es decir, no cuentan con ningún respaldo más que la fe y confianza de que las criptomonedas jueguen un papel relevante en la economía del futuro. Y es aquí donde tenemos que reflexionar.
Hasta el desplome del bitcoin y del criptomercado, el público en general estaba cada vez más expuesto y tentado a participar. ¿Imaginen si no se escuchaba grandioso la promesa de lograr la independencia financiera con solo realizar una simple inversión en criptomonedas? Es más, hasta empezaban a proliferar pláticas en las ciudades en las que se combinaba la inversión en criptomonedas y el bienestar personal: ¡excelente combinación para el desastre!
El padre del presidente Kennedy, Joseph P. Kennedy, fue uno de los pocos ricos estadounidenses que evitó el azote de la quiebra durante el jueves negro, la antesala de la Gran Depresión de 1929, ya que para él “si el limpiabotas sabe del mercado de valores tanto como yo, tal vez es hora de que yo lo deje”. Esta observación fue la que lo llevó a retirarse del mercado bursátil antes del crash del 29. Y esta misma sabiduría debería de prevalecer en cada una de las personas que deciden invertir en activos.
Lamentablemente, muchas personas caen ante el canto de las sirenas, hasta los visionarios. Ejemplo de esto Nayib Bukele, presidente de El Salvador, quien consideró una excelente idea para la economía del país adoptar el bitcoin como segunda moneda nacional. Dentro de su lógica visionaria, esta medida lograría la digitalización de la economía, la disminución de la dependencia del dólar, la reducción de las tasas de remesas (las cuales representan 20% del PIB salvadoreño) y, sobre todo, ser testigo y ejemplo del poder transformador del bitcoin a escala nacional. Sin embargo, el desplome del bitcoin ha dejado en una peor situación las perspectivas económicas del país.