Por esta razón es complejo para la Reserva Federal decidir entre un aumento de apenas 50pb, 75pb, o más.
No obstante, la realidad es que en términos jerárquicos el combate de la inflación es el primer aliciente que debe tener un banco central, incluso, uno como la Reserva Federal con doble mandato, es decir, de baja inflación con crecimiento económico.
En esta dualidad, irremediablemente será más doloroso vivir un periodo de inflación prolongado que una recesión causada por la aplicación de la disciplina monetaria. ¿Por qué? Porque el dinero nunca recuperará su valor, en cambio, la economía si retomará y mejorará su nivel.
En la actual coyuntura global, donde persisten choques por el lado de la oferta que impactan a los precios globales, la probabilidad de una estanflación (inflación con bajo crecimiento) es mayor, que la de una recesión con baja inflación. Por ello, la Reserva Federal debe privilegiar el combate a la inflación, pagando el costo de la recesión, por cierto, causada por ellos mismos.
Las recesiones son la consecuencia de políticas expansivas
En un sistema monetario como el actual es imposible evitar las recesiones causadas por relajamientos cuantitativos, expansión de las hojas de balance o por la impresión de dinero en exceso. Asimismo, tampoco es posible evitar la inflación monetaria.
Muchos economistas, incluyendo a los bancos centrales, han perdido la brújula por completo, al pensar que la inflación o las mismas recesiones no son originadas por una expansión monetaria más allá de lo permitido por la economía.
Más aún, la mayoría de los bancos centrales ya no prestan importancia a la cantidad de dinero o algún agregado monetario para conducir una política monetaria más fiel a su razón esencial, que es el dinero. En cambio, se autoengañan y engañan al público con nuevas estratagemas que los aleja cada vez más de un pronóstico certero de la inflación, algo que les ayudaría a combatirla eficazmente.
La política monetaria ha caído en la prostitución de los mercados, donde las ganancias del dinero llegan a las manos del mejor postor. Los bancos centrales seleccionan a quién o a quiénes les pasarán las ganancias de la expansión monetaria, y eventualmente, se decantarán por los mercados o por los gobiernos, no por el público, que tendrá que pagar los excesos monetarios a través del incisivo impuesto inflacionario.