Lo mismo debería ocurrir en un negocio con cualquier líder y su equipo. Si un líder no está abierto a la crítica, pues ¿cómo mejorará? Es decir, ¿cómo se produce el cambio sin otros actores que nos muestran un camino alternativo o nos marcan que el sendero por el que vamos no es el adecuado?
Bill Gates cuenta que, como jugador de Bridge que es, tiene una coach que siempre está a su lado. Ella está allí no para decirle que es excelente y adularlo, manteniendo su empleo a fuerza de ser complaciente. Ella está ahí para mostrarle cada defecto. Le paga para escuchar sus errores.
El problema es que la mayoría de los seres humanos nos rehusamos a escuchar nuestros errores, preferimos no verlos u omitirlos.
Como Coach Ejecutivo veo en innúmeras oportunidades equipos diseñados con un solo objetivo: mostrarle al líder que es el Rey Sol, que brilla y es hermoso. Son satélites de su narcisismo.
Creáme, estimado lector, que esto es mucho más frecuente de lo que se piensa. Los C-Level suelen oír cada vez menos acerca de sus propios errores. Como sucede en la política, en las altas cumbres del poder se apunan los oídos y se escucha cada vez menos (siempre un poco menos). El poder funciona así desde tiempos inmemoriales. Los consejeros y los bufones del Príncipe tendían más a congraciarse con su Majestad, que a mostrarle sus imperfecciones.
Por eso ser líder exige una agudización de los oídos, por eso es tan importante caminar por las oficinas, dedicarle tiempo a la gente, tener conversaciones con el personal de limpieza, ir al llano a ver qué pasa. Porque allí el líder puede recibir mensajes diagonales y transversales que le permitan empoderar su rol. Fortalecerlo.
Diversity es también rodearse de gente distinta a mí que me diga las cosas que me incomodan oír. Diversity es aceptar que hay otras narrativas además de la mía, porque mi storytelling no es el centro del universo. Diversity es darme cuenta que existen muchas formas de liderar que son diferentes a la mía (e, incluso, mejores).
Un líder que se recluye sobre su zona de confort, que se dedica a preguntarle a su espejito cuán bonito o bonita es, queda relegado en su ego autorreferencial, sometido a su gratificación cortoplacista.