Se me ocurre que algo semejante ocurre con la inflación, esa otra enfermedad que aqueja al mundo. Las lecturas más recientes a tasa anual para la general en México y Estados Unidos están en 8.2% y 8.9%, respectivamente, niveles no vistos desde el comienzo del siglo en nuestro país y en 40 años en el vecino del norte.
Además del nivel, preocupa la persistencia. Al cierre de 2021 (con inflaciones de 7.36% en México y de 5.5% en Estados Unidos), la perspectiva era que sus determinantes se disiparían gradualmente. No ha ocurrido así y los bancos centrales se han visto obligados a reaccionar.
El cambio de posición es más notable en el caso de la Fed que en el de Banxico, pues pasa de una benévola visión de la inflación como un fenómeno transitorio a aumentos de 75pb en su tasa de referencia, que muy probablemente repita en su reunión de esta semana.
Ahora que aparentemente hay consenso de aumentar tasas y hacerlo de forma significativa, el riesgo a evitar es sobremedicarnos. Pasar de incrementos de 75pb a 100pb sin tener evidencia del impacto a la fecha de la postura más restrictiva y sobre todo, con un diagnóstico aun confuso de los determinantes de inflación puede resultar contraproducente. Suena, a mi juicio, más a machismo monetario que a un reforzamiento de credenciales.
El mercado automovilístico de Estados Unidos ofrece un buen ejemplo. En los 38 años que corren entre 1982 y mediados del 2020 el precio de los vehículos usados aumentó 35%. En los siguientes dos años sube 50%. ¿Qué ocurrió? Esencialmente, choques de oferta – caída de la producción durante la pandemia y desde mediados de 2021 por restricciones en componentes eléctricos – que todavía mantienen las ventas más bajas de lo que deberían ser. La razón de inventarios a ventas, históricamente un múltiplo de 2, se mantiene en niveles de 0.5. Hay muy pocos coches en venta y por ende los que hay cuestan más.
En las circunstancias descritas, un aumento muy agresivo de tasas efectivamente puede acotar el aumento de precios por medio de un severo debilitamiento de la demanda. Pero si el problema de origen son restricciones de oferta, el resultado – menor inflación – se obtiene a un costo sustancialmente mayor en términos de producto.
Es la diferencia entre regresar a ventas internas de autos en Estados Unidos de más de 18 millones de vehículos al año o acotarlas a los niveles actuales de 13 millones. Claramente es una decisión de la mayor importancia para nuestro país.