Así, la historia a fondo del campo en nuestro país se caracteriza por censos aislados, fotografías de un momento, lo que de alguna forma ha impedido que se tengan (y se sostengan) políticas públicas de largo aliento. Lo que se ha aplicado de manera frecuente son las Encuestas Nacionales Agropecuarias, pero dada su naturaleza carecen de la desagregación que nos permita contar con la película a detalle que vive el sector.
Entonces, hay muchas cosas que desconocemos del proceso de transformación que ha vivido nuestro campo. Por eso, el Censo Agropecuario 2022 es una buena noticia, pero sobre todo resulta estratégico a raíz de los resultados que arrojará que permitan tomar acciones para ‘sembrar’ un futuro con mejores condiciones para todos.
No estamos frente a una batería de preguntas y respuestas que se las llevará el viento. Gracias a este censo sabremos, por ejemplo, cuántos productores tienen acceso a financiamiento, si están utilizando semillas mejoradas, sus niveles de ingresos, qué tecnología usan; también, qué pasa con los jornaleros, los efectos de la migración y dónde están las zonas en las que la producción agrícola depende principalmente de las mujeres.
El Censo Agropecuario 2022, además, se inserta en un momento clave para ubicar el estado que guarda la productividad del campo mexicano y qué elementos tenemos para aumentar la producción de alimentos tomando en cuenta que, para 2050, México tendría una población de 150 millones de personas. Por lo tanto, urge tener un panorama claro para diseñar políticas públicas que nos permitan enfrentar la coyuntura y más allá.
“Esperamos que este censo refleje esa película que hoy vivimos en el sector y que el gobierno pueda redireccionar las políticas públicas que permitan una mejora en el agro”, dice Luis Fernando Haro, director del Consejo Nacional Agropecuario (CNA). “Hay una parte del campo, sobre todo de pequeños y medianos productores, con un atraso en el uso de nuevas tecnologías. También, necesitamos ubicar los polos de desarrollo agrícola y las oportunidades que podríamos integrar a las cadenas productivas”.
Hay cosas que ya se saben del campo. Por un lado, hay un campo exitoso, exportador, que usa tecnología, tiene acceso a financiamiento y puede presumir de certificaciones internacionales de inocuidad. Hay otro en transición, con productores medianos, que empieza a ser reconocido por su producción de granos y oleaginosas. Y está el otro campo que vive atrapado por el clientelismo político y está sujeto a otras amenazas.
Y es aquí donde esta historia tiene su punto de inflexión.
El Censo Agropecuario 2022 se enfrentará a un reto: levantar información en zonas rojas. El narco es un factor que puede complicar la posibilidad de tener un retrato claro del campo mexicano. El INEGI, no cabe la menor duda, cuenta con la experiencia y reconocimiento para censar, pero hay ciertas zonas en las que preguntar puede ser una cuestión de vida o muerte.
Hace unos días, en entrevista con Carmen Aristegui, Graciela Márquez, presidenta del INEGI, informó que no hay censo que valga la vida de los censores y las censoras, que el Instituto cuenta con las herramientas para manejar situaciones conflictivas sin poner en riesgo a ninguno de sus funcionarios y que estos gozan del reconocimiento de todas las esferas de la sociedad mexicana para hacer su labor; de todas.
“No han sido pocas las ocasiones en las que en zonas muy conflictivas, incluso, personajes de la delincuencia dicen: ‘Son los del INEGI, con ellos no hay problema’. No te puedo decir que eso sucede todo el tiempo pero sí hay un reconocimiento a que nuestra labor es para fines estadísticos”, dijo.
Nadie sabe el grado de involucramiento del narco en el campo. No existen cifras exactas que nos permitan determinar la superficie total de territorio sembrada con amapola, coca, marihuana. Se habla de miles de hectáreas. Se tiene claro que el campo se ha reconfigurado ante la violencia, la presencia de grupos del crimen organizado y los cultivos ilícitos. Se sabe que la vida de muchos campesinos ha cambiado para su desgracia.