Brasil parecía haber dejado atrás el peso del Ejército, los golpes de Estado y la dictadura militar. Después de tres décadas de estabilidad política y un período de creciente prosperidad económica, el país enfrenta quizás la mayor crisis de su historia reciente. Desde 2013, una sucesión de eventos ha contribuido a pigmentar la política: altos cargos envueltos en redes de corrupción, malversaciones, acusaciones y destituciones, propagación de noticias falsas, cacerías y juicios políticos que han generado un estado de intolerancia y polarización, al tiempo de presentar crecientes violaciones y amenazas a los derechos políticos y sociales e individuales.
En la antesala del balotaje, los dos campos de batalla lucen trenzados por el odio, la violencia y el hostigamiento, una mezcla de ingredientes que, de perder el oficialismo, pone en duda la transición pacífica del poder en la primera economía de América Latina; un país del G20, miembro de los BRICS, e integrante del Consejo de Seguridad de la ONU como miembro no permanente. Desde el inicio de la campaña, el 16 de agosto, hasta el viernes 30 de septiembre, dos días antes de la primera vuelta, Agência Pública, un ente de periodismo de investigación brasileño, mapeó y verificó 75 incidentes de violencia contra investigadores, votantes, candidatas, candidatos y periodistas.
Mientras que el actual presidente, Jair Bolsonaro, se obstina en conquistar la reelección mediante el entusiasmo mostrado hacia las armas, los agronegocios, la explotación ambiental a favor de la minería, la supremacía moral, la reivindicación nostálgica de la dictadura, así como su alianza tácita con Trump y Bannon, Lula da Silva aboga por recuperar la talla democrática, la legitimidad institucional, una conservación del Amazonia, frenar la desigualdad, así como desarrollar una política exterior apegada al multilateralismo que reclame el lugar del país sudamericano en el mundo.
Bolsonaro ha puesto en entredicho la integridad electoral. Insinuó que de “ser necesario iremos a la guerra” y que la jornada electoral “sólo puede tener tres resultados posibles: mi arresto, muerte o victoria”. La pregunta es pertinente, ¿de perder por un estrecho margen, será posible ver una insurrección electoral en Brasil, al estilo del asalto al Capitolio en Estados Unidos? No hay que olvidar que el partido de derecha conservadora y radical de Bolsonaro resultó ser el más votado en el Congreso, y que, junto con otros partidos aliados, tendrán mayoría. Además, conquistaron emblemáticas gubernaturas, incluyendo el respaldo del gobernador reelecto de Minas Gerais.