¿Esto significa que estamos frente al fin de la expansión fintech? ¿Por qué si Latam es un territorio propicio para el ecosistema no hemos visto emerger nuevos unicornios como hace algún tiempo? ¿Se trata de un mercado agotado? ¿Qué tienen que hacer las fintech para crecer en medio de este torbellino económico?
La respuesta a todas estas preguntas obedece a tres cuestiones. Por un lado, hemos sido testigos de una reducción considerable de capital para el sector, esto en definitiva sí ha puesto en jaque a muchas empresas, pero también ha sido una especie de inyección de adrenalina que despertó a las compañías y las está llevando a tener mejores planeaciones financieras (al esperar runways más largos) y a perfilar modelos de negocios cada vez más atractivos.
Así, las fintech consolidadas pueden proyectarse como futuros unicornios, siempre y cuando puedan jugar bien sus cartas en estas temporadas de sequía de capital. No será fácil, pero sí posible.
El segundo punto se relaciona con la competitividad. Para robustecer el sector, las fintech están buscando diferenciarse de la competencia, ya sea perfilando sus productos o creando nuevos. Para lograr esto, los datos han sido una mina de oro porque gracias a ellos, las fintech están encontrando una diferenciación al interior del ecosistema.
Y en tercer lugar (pero no menos importante) está la regulación. Pese a las necesidades financieras de la población en Latinoamérica y los beneficios de la inclusión financiera, la regulación no se ha dado de forma paralela en todos los países. Esto ha ocasionado que la expansión fintech se dé de forma polarizada.
En México, por ejemplo, la regulación avanzó de forma significativa con la implementación de la llamada ‘Ley Fintech’; no obstante, los pendientes giran en torno a las autorizaciones por parte de los reguladores y a la emisión de las reglas secundarias del Open Banking. Estas últimas son clave, no solo para las fintech, sino también para el resto de las instituciones financieras.