Para controlar la inflación, los bancos centrales tienen a su disposición diversas herramientas, siendo la más común la determinación de las tasas de interés de corto plazo. Al conjunto de acciones que estos emprenden se les llama política monetaria.
Sin embargo, los bancos centrales también se han autoimpuesto un objetivo de “inflación estable”, en vez de uno de “cero inflación”. La Reserva Federal de los Estados Unidos tiene el mandato (dual) de promover el máximo empleo y la estabilidad en los precios. Ahora, ¿cómo se define la “estabilidad en los precios”? Bueno, como diría el célebre Cantinflas: ahí está el detalle.
Según la Reserva Federal, un crecimiento promedio del 2% anual a lo largo del tiempo es lo más consistente con su mandato. En nuestro país sucede algo similar. El artículo 2º de la Ley del Banco de México afirma que este tendrá “como objetivo prioritario procurar la estabilidad del poder adquisitivo de dicha moneda”, haciendo referencia a la moneda nacional. Asimismo, el banco central adoptó, hace 20 años, una meta de inflación anual de 3%, con un intervalo de variación de más/menos 1%.
Promover el crecimiento económico es -quizá- el argumento más común para justificar el que los bancos centrales apunten a un crecimiento constante de la inflación. Se afirma que, cuando hay una inflación “controlada”, las empresas expandirían su producción y la contratación de trabajadores, buscando obtener más beneficios gracias al alza en precios. Al mismo tiempo, los hogares, al contar con más ingresos -fruto del mayor nivel de empleo- y al esperar un incremento en precios, elevarán su gasto y darán mayor prioridad al consumo actual (no vale tanto la pena ahorrar).
Por otro lado, se argumenta que, cuando las empresas anticipan menores beneficios por una caída en los precios, tienden a disminuir su producción y la demanda por trabajadores. Si las personas pierden su fuente de ingresos -el trabajo- y esperan que los precios disminuyan, recortarán su consumo, especialmente en el tiempo presente.