Los investigadores han ofrecido hasta cinco posibles explicaciones a esta disminución: un efecto techo (la inteligencia tiene un tope natural), la calidad de la educación puede haber disminuido, la importancia de diferentes habilidades puede haber cambiado, o también puede que la exposición a los medios y la tecnología sean responsables de estas puntuaciones más bajas.
Es decir, que es posible que el IQ se haya ido reduciendo debido a la baja calidad del contenido que consumimos en las redes sociales y la TV (repartido entre bulos y telebasura de influencers analfabetos, zorruchas de medio pelo y pateadores de balones) que ha afectado negativamente nuestra capacidad para concentrarnos, resolver problemas y ser creativos.
Ya lo decía el director de cine francés Claude Chabrol: la tontería es infinitamente más interesante que la inteligencia, porque la inteligencia tiene sus límites y la tontería no.
Leía recientemente en El País una entrevista a Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política que decía que “los medios están creando una sociedad de tontos polarizados”. La gente es incapaz de leer un libro entero, pero no suelta el móvil. Leen trocitos y mariposean, formando un pensamiento fragmentario y peligroso. Y como pensamos igual que leemos, según está comprobado psicológicamente, cada vez pensamos menos. El déficit de atención ya no es una enfermedad, sino un modo de vida alimentado y reforzado por algoritmos de adicción. Y si no vas con cuidado, además el tipo con el celular te atropella.
Sin duda, si hay oferta de contenido basura es porque no faltan consumidores adictos. Así que la verdadera culpa no es de tanto chachachá, sino de los espectadores que lo coproducen, lo amplifican y lo hacen rentable. ¿Cómo pedirles a los medios otro tipo de contenido en estas circunstancias? ¿Y cómo pedir a las marcas que no inviertan en la publicidad del chachachá?
Kant decía muy acertadamente que la educación es junto con el gobierno la tarea más difícil de un país. Y hay que decidir si educamos para el presente o para un futuro mejor. Opinaba que hay que educar para un futuro mejor donde todo el mundo sea respetado y todo ser humano tenga su dignidad. Y es cierto: los medios (los nuevos y los de antes) están creando una sociedad de tontos polarizados, de forma que no vivimos en una sociedad del conocimiento, sino en una economía de la atención de lo extravagante y lo muy llamativo.
El futuro siempre es incierto. Educamos en la incertidumbre de cómo preparar a los jóvenes para que un día puedan dar respuesta a la vida. Creo que al espectador, al lector y al oyente de la radio, especialmente a los más jóvenes, le tienes que situar y le tienes que dar contexto y contraste con el rigor de los hechos, la verificación y la transparencia como ideales de referencia. Importa el ‘qué’, pero sobre todo el ‘por qué’, tal y como Aristóteles escribió en su ‘Metafísica’.